El Boli y su cuadrilla
Acababa de fundarse El Centro Tureganense, 1907, y los socios se instalaron provisionalmente en el edificio del actual Bar Palacio. Lo llamaron “el Casino de Astarloa” porque éste era el conserje y quien se quedó con las instalaciones cuando los socios del Centro Tureganense consiguieron construir su actual sede, uno de los edificios más emblemáticos de la villa (1915).
El siglo XX andaba en balbuceos y, cuando el alcalde solicitó a la Junta Directiva del Casino colaboración para la organización de las fiestas, así le contestó el presidente después de reunirse en asamblea extraordinaria: “Nosotros no damos limosnas, alcalde. Nosotros vamos a añadir y regalar un toro más para cada día de corrida”.
Y así fue. Ángel Pérez, “El Boli”, se encerró con los ocho toros de los días 11 y 12 de septiembre de 2016. Su sobresaliente de espada, Luis González, “El chico de Pardiñas”. Los banderilleros, José Jiménez, “El Ternerero”, y Fernando Llorente, “El Cerrajería”. Los toros, “de la acreditada ganadería de don Victorio Torres de Colmenar Viejo”. Los tradicionales encierros camperos, “a las once de la mañana del mismo día de cada corrida”. El programa dice también: “La Sociedad Centro Tureganense, el Ideal Polistillo y otros Centros de Recreo tienen organizados animados bailes”.
Aquel año, con el mundo empeñado en morir y matarse en la Gran Guerra (la Primera Guerra Mundial), en Turégano las fiestas en honor del Dulce Nombre de María fueron de tronío. El alcalde se llamaba Elías González, y el secretario del Ayuntamiento, Julio Romeo. “Si es bueno vivir, todavía es mejor soñar, y lo mejor de todo, despertar”. Lo escribió Antonio Machado.
En España se vivía la “Época Dorada del toreo”. Divididos por dos aficiones incompatibles y por dos estilos desiguales de ver y sentir la tauromaquia, Joselito y Belmonte llenaban los ruedos. El enfrentamiento era tan grande que los dos maestros, aunque amigos en la vida privada, al terminar la corrida madrileña del día de San Isidro de 1920 decidieron romper el emparejamiento taurino y tratar de sobrevivir a la euforia y apasionamiento de un público cada vez más enloquecido y exigente. Al día siguiente, José Gómez Ortega, llamado Gallito y también Joselito, falleció en la plaza de toros de Talavera de la Reina de una cornada del quinto toro de nombre Bailaor.
El año que no releo “Juan Belmonte matador de toros”, la maravillosa obra de Manuel Chaves Nogales, es como si me faltara algo. Es una axiomática apología de la motivación personal y el sacrificio por conseguir los sueños. ¡Por soñar!
Por aquellos años, Valentín Zubiarre, José Gutiérrez Solana e Ignacio Zuloaga inmortalizaron las corridas de toros en nuestra plaza mayor. Y hasta Andrés Martínez León se vino a pintar “El toro del aguardiente en Turégano”.
Cuando aquellas dos novilladas de 1916 con cuatro toros cada una para el Boli y su cuadrilla, la vida no estaba hecha para comprenderla sino para vivirla. El sueño y la esperanza son los dos calmantes que la naturaleza concede al hombre.
¡Felices fiestas a todos!