Felicitar al profesor Rodríguez Adrados es como el pan nuestro de cada día. ¡Tanta actividad, tantos mérito, tantos reconocimientos, tantos agasajos…! Ahora, el Premio Nacional de las Letras concedido por el Ministerio de Educación, Cultura y Deporte.
Cuando, el 21 de junio de 1990, Francisco Rodríguez Adrados ingresó en la Real Academia Española, los tureganenses casi enloquecimos de orgullo. Cuando, unos meses después, tomó posesión solemne del sillón ‘d’ de la Academia, medio Turégano estuvo presente en el Palacio de la calle Felipe IV de Madrid.
Cuando, unos años más tarde, fue elegido miembro de la Real Academia de la Historia, el Palacio madrileño de la calle de León parecía una calle tureganense.
Ahora, cuando por fin se le ha concedido el Premio Nacional de la Letras, casi repican por sí mismas las campanas de la iglesia de Santiago y de la de San Miguel de la villa episcopal que andaba ya celebrando su tradicional Feria de San Andrés.
Si la casa de su madre y sus abuelos lindaba, pared con pared, con la de mi padre y mis abuelos, ¿qué puede decir, que no haya dicho sobre el profesor Adrados, el cronista oficial de la villa de Turégano?
Mi primer libro (1991) sobre el pueblo que me vio nacer, está prologado por el profesor Adrados: “Yo no nací en Turégano como el autor de este libro, pero sí mi madre y sus antepasados. Todavía figuran las iniciales de mi abuelo, “F.A.” (Felipe Adrados), con la fecha de compra y renovación, 1883, en los hierros del balcón; y las iniciales de él y de mi abuela, con la fecha de 1901, en otro balcón, en la casa que él compró más tarde y que yo sigo habitando. La que fue Casa de Oficios del Palacio Episcopal y que está unida por un puente sobre el arrollo Valseco a la Huerta de San José, también probablemente del Obispado. Y luego, también mi abuelo Felipe Adrados, al igual que Victoriano Borreguero, el abuelo del autor de este libro, fue alcalde de la villa. Luego, toda la familia siguió unida estrechamente a Turégano...” Mi último libro sobre la villa episcopal, “Turégano piedras con alma” (2011), fue presentado en Madrid por el nuevo Premio Nacional de las Letras, ¡tal vez excesivo honor para el cronista de su pueblo!
Cuando en la sede de la Presidencia de la Comunidad de Madrid, Esperanza Aguirre entregó al profesor Adrados el Premio Julián Marías 2006 como “reconocimiento a su trayectoria profesional y contribución al Desarrollo del Conocimiento y las Humanidades”, invitado por él asistí al solemne acto de la Real Casa de Correos de la Puerta del Sol madrileña con el orgullo de la honra, el cariño de la vecindad y el sincero deber de la gratitud.
Era el reconocimiento público que la Comunidad de Madrid tributaba a un insigne prócer, pero recuerdo que también asistí con cierta tristeza: acababa de morir Amalia, su compañera, la esposa inseparable que, de vivir hoy, mientras saludara a unos y a otros por las calles de Turégano en ferias, estaría orgullosa del nuevo éxito de su marido.