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21.- Ídolos del futuro

07/12/2008

Coincidiendo con el puente de la Constitución y la Inmaculada, los vecinos y amigos de Turégano han hecho un brindis de tanteo a los tendidos tauromáquicos de la villa: ¿Han de seguir celebrándose en la plaza mayor las tradicionales corridas de toros y novillos de la Función de septiembre?
Como la cosa tiene su intríngulis, cuatro días antes del plebiscito quise sonsacar la opinión de mis amigos Ángel y Godo Chicharro, los dos segovianos dueños de «Casa Ciriaco», esa vieja casa de comidas donde uno se encuentra con gentes de barrera y gentes de tendido alto: el Rey, el Príncipe, presidentes de Gobierno, políticos, toreros famosos y no tanto, jueces, escritores, artistas, periodistas…
En ello andaba, cuando aparecieron en el albero de mi alma las lágrimas: Ángel Chicharro se nos ha marchado para siempre por culpa de un maldito infarto que le asaltó en el pasillo de su restaurante, “Casa Ciriaco”, la taberna madrileña que todos llamamos la “Casa de la Bomba” pues, en 1906, el anarquista catalán Mateo Morral lanzó, desde la pensión del tercer piso, una bomba de fabricación casera, oculta en un ramo de flores, hacia la carroza real del cortejo nupcial del rey Alfonso XIII y la Princesa Victoria Eugenia que acababan de casarse en Los Jerónimos. En su caída, el ramo asesino tropezó con el tendido del tranvía y se desvió hacia la multitud que estaba observando la comitiva. Los reyes salieron ilesos, pero casi treinta personas murieron además de no sé cuantos caballos de la escolta -Mingote dibujó la escena en el logotipo de esta típica casa de comidas madrileña-. Mi solidaridad y mi recuerdo para toda la familia de Ángel: su mujer, sus dos hijas, su yerno (Luis Sánchez-Arguindey, el hijo de mi amigo Luis, aquel ser tan especial de cuando la transición política), sus nietos, su hermano Godo, tan amigo también...
Hay en Casa Ciriaco, según se entra a la izquierda, un cuadro donde se señala que allí cenó su última cena, el 31 de octubre de 1945, Ignacio Zuloaga, el pintor que inmortalizó en sus lienzos las corridas de toros y novillos en la plaza mayor tureganense. “Los aprendices de hoy serán los ídolos del futuro”, así lo vio y expresó con pinceladas soberbias de 1913 aquel castellano de Eibar. Doce años antes, mi abuelo paterno, alcalde constitucional de la villa en esas fechas, dejó escritas estas curiosas anotaciones: “En la sesión de hoy, 20 de agosto de 1901, se trató del cierre de la plaza para los novillos de las fiestas, del recuento de la ganadería, de la subasta del cierre de la plaza, del matadero de los toros y persona para el degüello, del personal para ayuda al pirotécnico y al vaquero que condujo las reses bravas en el encierro, del encargado del toril, de las hierbas y pasto para los novillos, de las personas que han de invitarse al tablado y de los serenos y faroles en las fiestas...”
El torero y poeta Rafael de la Serna, hermano del gran Victoriano de la Serna, escribió un primoroso soneto a los “Torerillos de Turégano. Ídolos del futuro”, el cuadro de Zuloaga. Transcribo algunos versos: “En los chiqueros, entre colores y humo en espirales, un toro con rumores de trigales. A lo lejos, hay sueños de senderos. Pinceladas de luz de Zuloaga. ¡Tablados de Castilla! Desolado, rompe el clarín la tarde, desgarrado. Un castillo en el fondo nos halaga con su indolente porte y su nobleza...”
En lo del brindis democrático del sondeo tureganense, venció la postura del mantenimiento de las tradiciones. Lo expresaron por separado los vecinos y los amigos (hubo dos urnas) del pueblo de Esteban Vicente. La plaza Mayor de Turégano (en ella nací y mis balcones desde 1766 están abiertos al jolgorio popular de la fiesta), además de seguir siendo el lugar más emblemático de los aconteceres sociales de la villa, mantendrá la tradición taurina que inmortalizaron algunos grandes pintores: Zuloaga, Zubiaurre, Solana, Durancamps, Lope Tablada de Diego, Lope Tablada Martín, el maestro Palmero…
Se ha dicho que los pintores Ignacio Zuloaga y Rafael Durancamps representan la tesis y la antítesis del mundo taurino. Con el catalán Durancamps, el llamado “Papa negro”, las capeas tureganenses se integraron en el paisaje de la plaza, el castillo y el cielo. El pintor no se acercó al "círculo mágico" del ruedo. No le interesaban los toreros. La fiesta era anónima bajo un cielo glorioso o trágico. Con el vasco Ignacio Zuloaga, ocurrió lo contrario. Los toreros se integraron en el paisaje y fueron los protagonistas de la fiesta: sus sentimientos, sus ganas de triunfar, el hambre que asoma sin aspavientos en los ojos soñadores. Rafael disecó la panorámica de la plaza mayor entre brumas. Ignacio se "arrimó" a los protagonistas y pintó a los torerillos de Turégano como ídolos del futuro. Conjugaron los dos la esencia de la fiesta en esa plaza única cuya etiqueta fue de cada rey y de las circunstancias: plaza de Isabel II, de la República, de Alfonso XII, de la reina María Cristina, de Alfonso XIII, de la República otra vez, y luego, ya, a pesar de que Juan Bravo había nacido casi a la sombra del castillo, “de España” y no “de Castilla” –bien se sabe el porqué en esta villa que por razones históricas fue fiel al emperador Carlos y no a los Comuneros de Castilla–.
Nota.- Los espectáculos taurinos de la villa de Turégano (encierros, capeas y corridas de toros) se celebran en su plaza mayor desde tiempo inmemorial. De su organización y desarrollo hay referencias escritas documentadas desde hace varios siglos. También en "El Auto del Buen Gobierno" del año 1740 (Ordenanzas de la Villa) se recogen disposiciones al respecto.


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