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Fiestas de Turégano 2006

02/09/2006

Circunstancias no previstas han llevado a vuestro cronista oficial a subir al balcón de todos para pregonar las fiestas patronales del 2006. Veintitantos años después, me convierto en pregonero de las fiestas de Turégano por segunda vez en mi vida. En estos años, he dado muchos pregones, y en sitios muy diferentes, y si algo he aprendido es lo que explicó un controvertido alcalde de Madrid, aquel de los bandos antológicos y que también fue pregonero: “Los pregones deben ser como las minifaldas, cortos y que enseñen mucho”. Intentaré seguir su consejo: seré corto y enseñaré lo más posible a pesar del momento tan poco propicio para andarse en erudiciones.
En tu nombre, Estíbaliz, reina de estas fiestas, y en el vuestro, Cristina y Gloria, sus damas de honor, pronunciaré, pues, unas palabras anunciadoras de lo que se avecina que no es otra cosa que fiesta y alegría desbordada.
Nuestro pueblo, amigas y amigos que me escucháis, es un lugar con misterios y con sorpresas. Los ‘turéganos’ tenemos el aire de haber venido a la vida con el corazón cálido y como de haber nacido en un jardín. Y he dicho ‘los turéganos’ porque, como bien sabéis, la Academia dice que los habitantes de Turégano se pueden llamar tureganenses y turéganos (Por cierto, se encuentra a mi lado en este balcón un académico de la Legua y de la Historia, don Francisco Rodríguez Adrados, todo un orgullo para esta villa de la que su abuelo materno fue en su día alcalde. Gracias, profesor por su presencia).
Por aquellos días de cuando mi primer pregón en el pueblo que me vio nacer, una hermosa señora estaba llegando a España y algunos sosteníamos su carruaje para que no pasara de largo por enésima vez. Una hermosa señora, sí. Una sublime señora llamada doña Democracia. Los jóvenes de entonces andábamos ilusionados y como si en ello nos fuera la vida y mucho más. No gritábamos “Turégano es cojonudo” sino “libertad libertad, sin ira libertad”. Bueno, las dos cosas al tiempo porque la libertad no ha de tener miedo a decir y a expresarse sin molestar y sin herir al de al lado. Empezábamos la transición esta que anda ahora casi en cascotes como si alguien hubiera dado una patada al avispero. La mayoría de vosotros aún no habíais nacido pero os han contado y bien sabéis.
Aunque vosotros, jóvenes que me escucháis con ganas enormes de que este pregonero finalice para que las fiestas comiencen oficialmente, no sois los mismos de entonces, he de reconocer que os parecéis muchísimo a quienes aquella tarde de septiembre me escuchaban en el mismo lugar en que ahora os encontráis vosotros y con parecidas vestimentas. Os parecéis sospechosamente y hasta creo que sois sus hijos y sus hijas dispuestos a revivir su ansia de vivir; vivir es lo mejor que puede pasarnos, no lo olvidéis nunca. Vuestras caras y vuestros cuerpos tensados para dispararse en el jolgorio despliegan las mismas caras de entonces, la misma ilusión… En aquella encrucijada, no erais vosotros sino vuestros padres los que estaban ahí abajo. Y donde están hoy están vuestros padres y vuestros abuelos, entonces andaban vuestros abuelos y vuestros bisabuelos; mis padres también estaban ahí abajo, mirándome con la lágrima en el ojo emocionado del sentimiento.
Querido alcalde de Turégano, miembros de la Corporación municipal, amigas y amigos, peñas de Turégano, especialmente a la peña “La banda” que hoy cumple 25 años, los alcaldes dan bandos y los pregoneros, pregones. Y a eso voy.
Lo de pregonero es una palabra y un oficio que se originó en Roma. ‘Praeco’ se llamaba al pregonero, una palabra compuesta de de prae más canto, o sea, el que va delante cantando, recitando una fórmula de encantamiento porque por entonces toda lectura se cantaba. Pregonero es, desde que la palabra existe, el que va por delante cantando, el que va delante de una persona o un acontecimiento anunciando sus excelencias. Pregonar es alabar públicamente a una persona o una cosa, el anuncio de alguna mercancía o servicio que se hace a gritos en la calle y que interesa que conozcan todos. Es mi caso, quiero anunciaros, por si no lo sabíais aún, que comienzan las fiestas el honor del Dulce Nombre de la villa de Turégano del año 2006. En ellas habrá sermones y procesiones religiosas, verbenas populares, pasacalles con charanga, probadillas y encierros taurinos infantiles y para mayores, becerradas, novilladas en la plaza mayor como aquellas que pintaran en su día pintores tan ilustres como Zuloaga, Zubiarre y pepe Solana, fuegos artificiales y caldereta popular, carreras deportivas… Todo un largo programa para divertirnos y para disfrutar de la función.
Si dar un pregón siempre es una responsabilidad, mucho más lo es cuando se da en esta plaza única en España y en el mundo. Una plaza que cambió mil veces de nombre porque, al ser tan bella, se brindaba su nombre a cada rey que iba pasando por aquí. Un día, a esta plaza de los cien postes se decidió llamarla simplemente la Plaza de España y, bien mirado, en este rincón de Castilla se apostó muy fuerte por España hace quinientos años. Somos españoles de padres castellanos, o al revés, pues el concepto y el nombre España es muy anterior al de Castilla, al de Cataluña, al de Aragón y no digamos al de Euskadi. Durante los 800 años de invasión árabe en Hispania se fueron entrecruzando modos de convivir y hasta de hablar diferente el latín de todos: castellano o español, gallego, portugués, catalán, valenciano… Hubo muchas dificultades cuando la reunión de aquellos reinos que se fueron haciendo naciones mientras se recuperaba la Hispania antigua pero, al iniciarse el siglo XVI, nuestro señor de entonces, el obispo Diego de Ribera, tomó partido por el progreso y el futuro, es decir, por el rey Carlos V en lugar de por los comuneros que representaban el pasado y el modo nacionalista de entender la vida. En mi novela ‘Matar al Mensajero’ cuento muchas de aquellas incidencias. Aunque nadie sabe adonde el futuro nos acabará llevando, creo que no nos equivocamos entonces.
Amigas y amigos, he de decir que la primera vez que se me escuchó en esta plaza fue un 10 de agosto de no recuerdo bien cuantos años atrás. Todos los vecinos de este hermoso lugar dijeron que mi llanto al nacer se escuchaba fuerte y como con ganas de vivir. Sí, nací en esta plaza única en el mundo y no sé si al nacer dije aaaag o si mi llanto era solo de alegría por venir a este mundo en un rincón tan hermoso del mundo. Sé, ay, pues así me lo contaron, que al tiempo que yo nacía mi abuelo agonizaba en la habitación de al lado y para que no muriera del todo me pusieron su nombre y creo que un poco también sus enormes ganas enormes de vivir a pesar de que él tenía ya más noventa años. Él fue alcalde de Turégano en dos ocasiones y seguro que anda medio escondido por algún rincón de este balcón del ayuntamiento: invisible para lo que no sea ver las cosas con los ojos del alma. No creo que supiera el pobre abuelo moribundo que el llanto que se escuchaba fuerte y claro en aquel 10 de agosto, día de San Lorenzo, se convertiría por dos veces en palabra de pregonero de las fiestas en honor del Dulce Nombre de María.
Voy a ir concluyendo, amigos y amigas, pero, antes y como cuantas veces tuve la oportunidad de hablar a mi pueblo, intentaré recordar y destacar la presencia de algún personaje histórico relacionado con nuestra villa: en ocasiones hablé del obispo Arias Dávila, aquel que se encerró en Turégano para defenderse del rey Enrique, cuando la iglesia de San Miguel nuestra era una verdadera catedral, porque a las iglesias no se las mide por el largo, el ancho y la altura sino por ser la parroquia del obispo y de los suyos; en otras ocasiones, diserté sobre algún obispo de los que aquí vivieron y algunos aquí murieron. También hablé de Antonio Pérez, de doña Urraca de Castilla, de Fernando el Católico, de Gonzalo Copete, aquel alcalde que, en nombre del emperador Carlos Quinto, defendió a Turégano y al castillo contra los comuneros. Hasta hablé y escribí de gente humilde y sin prosapia, gente del pueblo, como aquel tureganense que fue carne de corrala, de mercenario, de preso en galeras y de soldado por todo el Mediterráneo. Estoy pensando en Medrano, un muchacho paisano nuestro que en tiempos de Felipe II, con la peor de las suertes y la fortuna más infame, después de luchar por media Europa acabó de escudero del protagonista de ‘La Gloria de Don Ramiro’ del escritor hispanoargentino Enrique Larreta.
Hoy, aunque sólo sea por tres minutos, tres minutos nada más, y como aportación a la historia de Turégano quiero recordar a un personaje clave en la historia de Castilla y de nuestra villa hace más de seiscientos años, sí, más de seiscientos años, mucho antes de Arias Dávila y de Lope Barrientos. Me refiero a don Juan Serrano el Canciller:
Siempre se ha dicho que el siglo más importante para la historia de Turégano fue el siglo XV. Yo no lo sé pues la historia no puede compararse como dos canciones, dos cuadros, dos estatuas o dos kilos de manzanas reinetas; la historia es lo que permanece de lo que pasó y, efectivamente, en el siglo XV transitaron muchos acontecimiento importantes en esta ilustre villa. Don Juan serrano el Canciller fue un personaje singular de la segunda mitad del siglo XIV.
Los obispos de la iglesia de Segovia, desde el año 1123 cuando lo de doña Urraca de Castilla, vivían normalmente aquí, en su cámara episcopal. Desde entonces, una serie de obispos convirtieron esta villa, en múltiples ocasiones, en cabeza de Castilla:
Don Juan Sierra, que aquí celebró sínodo hacia el año 1370, o sea, cien años antes de los dos sínodos que celebrara aquí el obispo Arias Dávila. Don Juan Sierra, el doctor de doctores como le llama la historia, a quien el rey don Pedro I, el Cruel o el Justiciero según el cristal con que se mire la cosa, le confirmó la donación de Turégano y a quien concedió “noventa ballesteros libres de todo pecho” para defender este señorío episcopal.
Don Hugo de Alemania, nuestro obispo cuando el Cisma de Occidente, con dos Papas en la Cristiandad, cuando lo del Papa Luna, el valenciano Benedicto XIII, y a quien en las Cortes de Burgos el rey Juan I le confirmó otra vez la donación de Turégano y el resto de los privilegios diocesanos.
Y sobre todos, el antedicho don Juan Serrano que llegó a Turégano siendo ya “Canciller Mayor del Sello de Puridad del Rey”, algo así como primer ministro y jefe de Gobierno. Anteriormente, había sido prior del Monasterio de Guadalupe. En su época, pues él era el canciller y aquí vivía, la Cancillería y Audiencia del Reino aquí se reunía con frecuencia y aquí acudían quienes buscaban justicia o querían solucionar algún problema o elevar al Rey súplicas o peticiones. Años después, el rey Juan II, el padre del rey Enrique IV y de la reina Isabel la Católica, mandaría que al menos durante seis meses al año estuviera la Cancillería y la Audiencia de Reino en Turégano.
En tiempos de don Juan Serrano, el rey Juan I y su familia vivieron en esta villa en numerosas ocasiones y aquí estaba la Corte pues en Castilla, donde estaba el rey estaba la Corte. Aquí firmó aquel rey infinidad de privilegios, incluido el de la fundación del Monasterio del Paular. Aquel rey de Castilla abandonó Turégano, dejando aquí a la reina y a su hijo, para ir a visitar las obras de es monasterio en Rascafría y desde allí viajar a Alcalá de Henares en donde murió al caerse de un caballo en unos rastrojos; lo recordé y conté con más detalle en la iglesia de San Miguel, en mi discurso de cronista de hace cinco semanas.

Y poco más ya por hoy, amigas y amigos, autoridades presentes, pues ya dije que pregonar no es recordar el pasado sino anunciar el porvenir. Y nuestro futuro inmediato está lleno, saturado, invadido, abarrotado, de bote en bote, orondo, como mejor queráis, de olor a fiesta y a bullicio. Peñas de Turégano, ya os libráis de este pregonero.
Estamos en uno de los lugares más hermosos de Segovia, de Castilla y de España. En una plaza que es joya del pintoresquismo popular, patio de nuestra historia, encuentro de las personas y de las ideas y en donde se escuchó una noche de agosto mi primer llanto al nacer y donde hoy mi palabra intenta llegar al corazón de todos vosotros para deciros que estéis orgullosos de este recoveco del mundo llamado Turégano. En cuanto este pregonero grite el consabido “Viva Turégano”, lo importante será ya la música desmelenada, el alboroto, el disfrutar, el saborear el hecho de estar vivos y de poder demostrarlo. Por unos días será más importante Bustamante que Beethoven y Bisbal que don Pelayo. Cuando se disparen las fiestas y su frenesí, la calle será vuestra y del El Canto del loco, del “Todo” del grupo Pereza, del “Ella” de Los de El Barrio, del “Universo sobre mí” de Amaral, del “Mundo” o el “Nunca volverán” del Sueño de Morfeo, de Fito y Fitipaldis, de Jarabe de palo, del “Opá” del Koala, yo qué sé… La fiesta se llama alegría y nuestra “función”, entusiasmo y euforia.
Septiembre en Castilla. Septiembre en Turégano. Un año más, las fiestas de septiembre en Turégano. Yo no puedo “encantar, recitar una fórmula de encantamiento”, como dicen que hacían los pregoneros romanos, pero sí quiero deciros:
Tureganenses o turéganos, amigas y amigos, autoridades presentes, peñas festeras..., no sé si mi pregón ha sido como la minifalda, enseñar mucho y ser lo más corta posible, pero, minifaldero o hasta los tobillos del largo decoro y la encopetado compostura, mi pregón ya acaba. Desde aquellas fiestas del año 1425 en que se celebraron aquí “las mayores fiestas jamás celebradas en Castilla”, como cuenta la Crónica de don Álvaro de Luna, han pasado demasiado años pero ahora, desde este balcón de todos, hoy 2 de septiembre del 2006, con la autorización que me da Estíbaliz, la bellísima reina de estas fiestas, con la venia de Cristina y Gloria, sus damas de honor y compañeras de juventud y belleza, con el beneplácito del señor alcalde hago saber que cuando este pregonero grite “Viva Turégano”, vuestra respuesta será el campaneo irresistible que abrirá el postigo de salida de unas fiestas que a todos deseo felices y venturosas: ¡Viva Turégano!


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