1860.- Las migajas del negocio15/05/2016
¿Qué nos pasa a los españoles en esta cuesta de enero, febrero, marzo… y así hasta las Ferias y Fiestas de San Juan y San Pedro de Segovia de este año sin concordia? Como si los españoles nos hubiéramos metamorfoseado en algún tipo de insecto.
No conocí a Gregorio Samsa pero, según me contó el praguense Franz Kafka en su libro La Metamorfosis, cierto día el tal Gregorio se despertó después de un sueño intranquilo y se encontró convertido en un monstruoso insecto. Estaba tumbado sobre su espalda dura, en forma de caparazón y, al levantar un poco la cabeza, veía su vientre abombado, parduzco, dividido por partes duras en forma de arco… Sus muchas patas, ridículamente pequeñas en comparación con el resto de su tamaño, le vibraban desamparadas ante los ojos.
Su habitación, una auténtica habitación humana, permanecía tranquila entre las cuatro paredes harto conocidas. Por encima de la mesa, estaba colgado un cuadro que había colocado en un bonito marco dorado. Representaba a una dama ataviada con un sombrero y una boa de piel, sentada muy erguida y levantaba hacia el observador un pesado manguito de piel, en el cual había desaparecido su antebrazo.
Gregorio Samsa había sufrido una metamorfosis. La que experimentan determinados animales en su desarrollo biológico y que afecta no solo a su forma física sino también a sus funciones orgánicas y vitales.
Hay también otros tipos de metamorfosis. Como la del cambio o transformación de una cosa en otra, especialmente del que es sorprendente y afecta a la fortuna, el carácter o el estado psíquico de las personas. Como la del cuento del tonto que solo aceptaba migajas porque era tonto. Cuando iba a la feria para pedir limosna, se hacía el tonto y cuando la gente le ofrecía dos monedas a elegir, una que valía diez veces más que la otra, él siempre escogía la de menor valor porque, como todo el mundo sabía, él era tonto igual que el Luisma de Aída antes de ser don Paco León. Así, hasta que un inflexible erudito le dijo: “Cuando te ofrezcan dos monedas, escoge la de mayor valor. Así tendrás más dinero y no serás considerado un idiota por los demás”. Y aquel tontolaba contestó: ”Si yo elijo la moneda mayor, la gente va a dejar de ofrecerme dinero para demostrar que soy más idiota que ellos. ¡Usted no se imagina la cantidad de dinero que ya gané usando este truco!”
Bien sabía aquel tonto de capirote que cuatro perras chicas valen más que una perra gorda; Miguel de Unamuno decía que “tonto de capirote” es el que con un capirote o bonete puntiagudo hace de tonto oficial en las fiestas y se queda con las migajas del negocio.
Goethe expuso, no sé donde, que un loco enamorado es capaz de hacer fuegos artificiales con el sol, la luna y las estrellas para recuperar a su amada. Y Pitágoras, que el hombre es mortal por sus temores e inmortal por sus deseos. En la fusión de ambas filosofías, la romántica y la pitagórica, la varita mágica de los negocios no se compra en las tiendas de lujo sino en las de empeños, las de chinos y las del todo a un euro.
La metamorfosis política del pueblo español está llena de tontos: de alquiler, de pacotilla, tontorrones, tontines, tontainas, de solemnidad y hasta tontos del bote. Unos piensan que el día anochece con la aurora, y otros que el día amanece con el ocaso. Atando cabos, no es la hora del tontolaba sino la del pícaro que se queda con las migajas del negocio.