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1844.- La calandria y el ruiseñor

05/03/2016

Hace más de medio siglo, se inventó un país de maravillas, fantasías y embrujos. Allí, en “El león, la bruja y el armario” de Clive Staples Lewis, había un armario que servía de puerta de acceso a Narnia, un país congelado con inviernos eternos y sin Navidad.
Cierto día, jugando al escondite lo encontraron cuatro niños: “PeterRiveracaradeángel”, que se encargaba de poner paz entre sus hermanos; “SusanNosequé”, que tenía una tendencia algo mandona pero que era de buen corazón; “SorallaNosecuántos”, la más pequeña, que siempre andaba preocupaba por todos; y “EdmundHerrejón”, un muchacho que se sentía celoso hasta de su sombra, le gustaban a rabiar las delicias turcas y se alió con la bruja “Carolinadelseñorsantiago”, el azote despiadado de “AslanSanchezaquiestoyyo”.

En el mundo de Narnia, el cielo es una cúpula que las criaturas mortales no pueden penetrar y donde las estrellas sirven para que los videntes pronostiquen acontecimientos futuros.
Allí, de vez en cuando se puede leer esta cartela que es casi un epitafio: “Viejos libros para leer, viejos leños para quemar, viejos vinos para beber, viejos amigos para confiar”. Si bien se piensa, los viejos libros de poco sirven, los vinos viejos son vomitivos si están mal elaborados, y respecto a los viejos amigos, yo qué sé, hay de todo.
En el rastrillo de la calle Calandria y Ruiseñor se ofrecen libros maravillosos a un euro el ejemplar, y al que se lleva cuatro solo le cobran dos -cuando los libros están obsoletos es como cuando las carnes de la historia se vuelven pavesas poco o nada manejables.

“De marzo no te fíes que es traidor”, dice el refrán y, en este marzo del año de Cervantes, a España ha llegado “CaspianRajoy” con las praderas de la calma convertidas en estanques apestosos. Es un personaje que, como el tío Paco el de las rebajas, representa la experiencia, el desencanto y el desengaño. Bien lo sabe este señor al que se le revientan las palabras por dentro y predica la experiencia, el desencanto y el desengaño.

Atando cabos, si en esta semana de pactos políticos imposibles pulsáramos el ábrete sésamo, España parecería un estadio de fútbol con olor a compromisos ilegales, contubernios subrepticios, enjuagues mohosos, amancebamientos contra natura y mejunjes ponzoñosos.

En un mes de marzo nacieron Chopin y Vivaldi y se inauguró la Torre Eiffel, un mamotreto sin alma que se ha convertido en el monumento más visitado del mundo. Pero no es por marzo sino por mayo cuando “la calor encaña los trigos y los campos están en flor”. Cuando lo de “la calandria y el ruiseñor” de aquel romance pura delicia, el "Romance del Prisionero", unos fantásticos versos anónimos como tantas otras cosas, incluidos el cielo, la tierra y las ventiscas de nieve de la semana pasada.

No solo en mayo la calandria y el ruiseñor afloran cánticos justicieros.

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