1416.- Cuando la TCP era azafata 28/11/2007
Cuando aquello, volar era tan romántico como una partida de bridge: cartas sin comodines, trece cartas, trece bazas, qué importan los ases, los reyes o las cartas bajas, todo vale igual, todas las bazas el mismo valor. Con la azafata, ha pasado lo mismo. Un cachiporrazo en nuestros sueños jurásicos y, zas: el servicio a bordo de los aviones es cosa de “los/las TCPés”.
Cuando el avión era un exótico medio de transporte, las azafatas eran los ángeles custodios de nuestra sinrazón. Ahora son “Tripulantes de Cabina de Pasajero”: TCPés; una coña postmoderna de la postromántica vida del siglo XXI. No fueron azafatas por un casual. En los Estados Unidos de América las bautizaron “stewardess”, en Italia, “aeromozas”, y en otros sitios “camareras”. En España se barajaron cien nombres: aeroviarias, aeromozas, mayordomas, provisadoras… y, al final, las bautizamos “azafatas”; ¡cuánto romanticismo derramado! A los chicos, les intitulamos “Auxiliares de Vuelo” porque lo de “azafatos” no encajaba en el argumento del caminar sobre las nubes sin constiparse. La primera azafata fueron cuatro: Macías, Marsans, Ugarte y Ruiz de Gámiz, la marquesa de Ulzurrum. El primer auxiliar de vuelo se llamaba Fernando y era el barman del hotel Palace de Madrid. Ahora, sólo en Iberia hay más de cuatro mil y simplemente son TCPés.
La primera azafata que conocí fue en mi bautismo de vuelo. Iba yo a Barcelona en un “Super Constellation” y recuerdo que, como me vio medio alucinado en aquella aeronave singular, me explicó que aquel pájaro volador suplía al “Constellation normal", "Puede llegar a América de un tirón”, me contó. “Es el rey de las largas distancias”, me explicó también. Yo la escuchaba embelesado a pesar de que me sabía de memoria aquellas retahílas por el ‘Parte’ radiofónico de las dos y media de la tarde, por el de las diez de la noche y porque lo había visto, leído y cimentado en el NODO de cuando Balarrasa, Aquí hay Petroleo y Locura de Amor.
Anteayer mismo, volando de Barcelona a Madrid, pregunté: “Señorita, azafata, ¿le importaría traerme un café solo?” Y ella, amable como una dependienta nada cariñosa de Caprabo o no sé bien, me contestó: “Señor, ni soy señorita ni soy azafata y además no servimos café en este vuelo. Gratis sólo le puedo traer un vaso de agua”. "Pues tráigame un vaso de agua, doña TCPé”, le susurré, y ella sonrió encantadora. Aquel mi ‘TCPé’ para nada sonó a ‘Zetapé’, que entonces en vez de agua me habría ofrecido un sí señor con las patas verdes que es lo que ha ofrecido Carmen Chacón, la ministra de Vivienda, al presentar en Barcelona la alternativa socialista al modelo postmoderno de Cataluña.
Las cosas han cambiado. Ya no hay azafatas pero uno puede volar a América en Business Plus: butacas que se convierten en camas, más espacio, mayor privacidad, menús confeccionados sobre las recetas del chef Sergi Arola, uniformes del personal diseñados en exclusiva por Adolfo Domínguez... Y yo, tonto de mí, suspirando por la azafata del ayer como si me fuera en ello una partida de bridge con Claudia Cardinale. Todas las bazas el mismo valor, ya saben.