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1363.- Cazadores de espejismos

05/11/2006



Se nos escapa de entre los dedos este año que corre con la última gasolina acumulada. Si hoy es un espejismo, mañana será un fantasma; en la vida, por cada espejismo hay un millón de fantasmas. Que vivir sea un espejismo no es uno de mis dogmas calientes y disculpados, pero los últimos días de cada año me transforman en un loco al volante de mi propia biografía.
El espejismo es una ilusión óptica natural, se sabe. Los llamados «inferiores» consisten en un reflejo que se produce bajo la imagen por la refracción de la luz al pasar por una capa de aire sobre una superficie recalentada: el aire caliente actúa como un espejo. En los desiertos, los espejismos pueden dar la apariencia de un mar. También puede apreciarse en las autopistas los días muy calurosos; es como si manaran charcas de agua en el asfalto.
Hay un espejismo que todos hemos vivido con frecuencia. Sales al campo alrededor de las nueve de la noche, sobre todo al iniciarse el verano, miras hacia el Este y emerge por encima del horizonte una luna gigante, probablemente de color rosa o naranja y agrandada. La luna es real, pero su sorprendente tamaño es un espejismo de los hombres que miramos. Es el llamado «espejismo lunar»: cuando la luna está baja, parece mucho más grande que su tamaño real; la luna no cambia de tamaño, 0.5 grados de ancho, pero nuestra vista y nuestro cerebro nos hacen esa jugarreta ilusionante. Algunos científicos trataron de aclarar este fenómeno como un ejemplo más de «espejismo de Ponzo», el de las dos líneas iguales colocadas sobre una fotografía al principio y al final de dos líneas convergentes como los rieles del ferrocarril. Para contradecir esta teoría óptica, un profesor de Física de la Universidad de Illinois explicó que los pilotos que vuelan a elevadas alturas observan a veces el espejismo lunar sin tener objetos al frente. Es el propio cielo quien causa el espejismo. Los seres humanos percibimos el cielo como una cúpula aplanada donde el cenit parece estar cerca mientras que el horizonte aparenta estar lejano: los pájaros que vuelan en lo alto están más cerca que los que están en el horizonte; también los aviones. Cuando la luna está baja, nos parece que está lejos pues algo que esté lejos debe ser bastante grande para abarcar medio grado en el firmamento y, en consecuencia, nuestro cerebro expande las dimensiones de la luna. Existen también otras teoría para explicar el espejismo lunar, pero lo que verdaderamente importa es que el espejismo es real, es asombroso y a veces medio enamora.
Muchas veces ha llegado a la literatura el disparate bendito de los espejismos. ¡Que le pregunten a nuestro señor de la Mancha, aquel que nació en un lugar del que nadie quiere acordarse por no entrar en el fantasma de las mercancías estériles! -sus molinos eran gigantes y sus rebaños de ovejas, soldados en orden de combate; o al revés, que ya ni sé ni me preocupa-. O a Jeanette Winterson en su novela posmodernista “Espejismos”: “Me llaman la Mujer Perro y basta. A él lo llamo Jordan y basta. ¿Qué nombre se le podía poner después de que fuera pescado en el apestoso Támesis? Debí llamarlo como una charca de agua estancada y entonces lo habría conservado, pero le puse nombre de río y escapó la pleamar”.
Los hombres son cazadores de espejismos. Miran el enorme reloj que cuelga inerte de su muñeca capitalista y, en un instante, obtienen la humedad relativa, la altitud, la marca y, por supuesto, la hora. Saben tantas cosas sólo con mirar los artilugios que les presenta la vida, que pierden la perspectiva de lo que saben. Viven acosados por los viejos fantasmas de su pequeña charca que recibe las piedras arrojadas por un niño y propaga lentamente sus ondas para que su vida de cazadores frustrados siga teniendo sentido en la gran jauría.
Como hay muchos espejismos rotos y multitud de fantasmas que sobreviven, en nuestro desierto amable percibimos mucho más grandes a las personas que vuelan en lo más alto de nuestra vida. Ello nos hace revivir…

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