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1354.- En busca del 340

10/10/2006



Es un personaje singular. Un sabio sin coraza. Hablo de Leopoldo Durán*. Me asalta la nostalgia al recordar las conversaciones del pasado verano en Galicia.
Ya escribí en su día sobre "Monseñor Quijote", la novela de Graham Greene, pero no conocía por entonces a Leopoldo y no supe entender algunas de las claves de aquel hermoso libro. Con una copa del mejor blanco del mundo, el albariño do Ferreiro, Leopoldo Durán, el gran amigo del autor de ‘El Poder y la Gloria’, me explicó su versión de primera mano. Nadie llegó a conocer tan rigurosamente la vida y la obra de aquel narrador, dramaturgo y guionista cinematográfico que con tanta pasión reflejó los conflictos espirituales de un mundo en decadencia.
Leopoldo tiene casi noventa años y parece que tiene 33, o sea, la edad dorada en la que dicen que los jóvenes se vuelven hombres (“En el fondo de nosotros mismos siempre tenemos la misma edad”, escribió en otra de sus novelas Graham Greene). Leopoldo siempre es ameno y, sin pretenderlo, enriquece a quien le escucha. Greene le dedicó su novela y en el último capítulo de la obra le convierte en uno de los protagonistas. Viajaron juntos por los escenarios manchegos, castellanos y gallegos por donde discurren las aventuras y conversaciones del padre Quijote con Enrique Zancas, el ex alcalde comunista de El Toboso. En la novela de Greene, el padre Quijote es monseñor por arte de birlibirloque y Rocinante es un SEAT 850 que acaba estrellándose contra el monasterio de Osera, el “Escorial de Galicia” —nada que ver, pero emperifollo mis recuerdos con el mundo literario de Giovanni Guareschi; cuando don Camilo y Peppone simbolizaban el conflicto entre dos culturas encontradas que chocaban proponiendo dos modos distintos de plantear la vida: por un lado, el tradicional contexto social de la Italia católica y demócrata-cristiana y por otro el revolucionario modelo comunista—.
En 1996, Leopoldo Durán publicó un hermoso libro: “Graham Greene, amigo y hermano”, donde relataba magistralmente su ligazón amistosa y fraternal con aquel escritor inglés que por parte de su madre descendía de Robert Louis Stevenson y con quien se le ha comparado frecuentemente. Pero Leopoldo es un libro abierto, un sabio sin coraza, ya dije, y su conversación es más descarnada que su pluma o al menos más entrañable.
Escribió en su día Graham Greene: «Cada año tomábamos la misma ruta: hacia Galicia, la tierra natal del padre Durán, camino de Salamanca, en donde visitamos el nicho numerado —que no puede llamarse tumba— de Unamuno. Delante de aquel nicho número trescientos y algo, «Monseñor Quixote» vino a la vida por vez primera, y él me obligaría a que pensase sobre él cuando nos paráramos en un prado para beber un vaso o dos de nuestra carga, antes de la comida, o en un frío desfiladero montañoso cuando descorchásemos mi whisky». Leopoldo Durán me aclara: “A la entrada del cementerio de Salamanca preguntamos por la tumba de Unamuno y la encargada del camposanto nos dijo: “¿Unamuno? El número trescientos cuarenta”. Aquella fría referencia nos llegó al alma y delante de la lápida número 340 (la del epitafio: «Méteme, Padre Eterno, en tu pecho, misterioso hogar») nos miramos con desasosiego y Graham me dijo: «Leopoldo, tienes que escribir un artículo titulado ‘En busca del número 340’». En vez de un artículo escrito por mí, Graham Greene escribió un hermoso libro: “Monseñor Quijote”.
En fin, Leopoldo Durán, amigo y maestro, “el mejor olor, el del pan; el mejor sabor, el de la sal; el mejor amor, el de los niños”. Lo escribió Graham Greene, aquel inglés desconcertante y genial, tu amigo, que te ofrecía wiski escocés mientras te pedía Marqués de Murrieta y que no conoció el olor, el sabor y el amor del albariño inmenso de Gerardo Méndez Lázaro, otro amigo entrañable.

* Foto: Leopoldo Durán y Graham Greene en uno de sus viajes por España

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