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1334.- Alguien nos pone en la boca las palabras

05/06/2006

Se nos murió la Jurado y se ha abierto el cielo en la tierra para santificar su ausencia. “La paloma brava que abrazaba mundos enteros con los vientos de sus alas” -chisme de Antonio Burgos- ha traído sentencias de juicio sumarísimo taquillero. Como cuando Guerra y Paz, como cuando Instinto Básico, como cuando Spiderman, Tiburón y lo del Titanic.
Como Rocío Mohedano estaba en nuestra sangre, España es una fiesta cimbreándose en el Guadalquivir -fiesta de lágrimas que es la mejor fiesta, la que se recuerda e inmortaliza aunque pronto se eche en saco roto-. Ya sabemos sin querer saber que “el negro nubarrón de su destino avanzaba sin cesar” –chisme de Korolenko en ‘El músico ciego’, ya saben, aquel escritor ruso que se vio obligado a ganarse el pan trabajando como zapatero remendón-. Gracias a la Jurado, no me llega como una ola al teclado la sonrisa cínica de otro remendón sino el lagrimeo de un pueblo como presente de tan ausente.
Si “hablar es una necesidad y escuchar es un arte” -chisme de Goethe-, tendría que remontarme hasta no sé bien en la historia de mis ofrendas periodísticas para recordar un artículo mío sin el amargo sabor de la inquietud por lo nuestro y lo que pasa. No se me subía al carro este milagro desde cuando escribí sobre Harry Potter y su carnaval; hace ya tres años. Lo de aquel mago me trajo al teclado lo de cuando Homero enseñaba los mismos misterios bajo el velo de la fábula de Ulises y sus desafortunados compañeros en el reino de la maga Circe, una hechicera que cantaba con maravillosa voz y tejía en su telar una tela divina: cuando les hizo entrar, les sentó en asientos y sillones, y, luego, mezclando en su vino de Pramnos queso, harina y miel fresca, añadió a la mezcla una droga funesta para quitarles todo recuerdo de su patria; cuando los compañeros de Ulises bebieron el potingue, y la diosa los encerró en las pocilgas de sus cerdos; cuando lloraban y Circe les arrojaba para comer hayucos, bellotas y frutos de cornejo, el pasto ordinario de los cochinos que se revuelcan en el fango; cuando Ulises acudió a la mansión de Circe para salvar a los suyos y en el camino se encontró con Hermes que venía con su varita de oro; cuando el dios le reveló la existencia de una medicina que le inmunizaría contra las drogas funestas de la diosa; cuando al final Circe los liberó gracias a los ruegos de Ulises que era ya su amante.
Alguien nos pone en la boca las palabras, pero ¡qué gusto no escribir ya sobre el derrumbe en que vivimos o creemos vivir! Aquel año, Joanne Rowling recibió el Premio Príncipe de Asturias y ahora lo va a recoger un señor de Calzada de Calatrava que hace películas. En aquellos días, el secreto de la vida, la fuerza, el poder y la sabiduría eran la piedra filosofal donde se reflejaban los deseos más profundos de la gente: ser magos en vez de muggles. Los tres mitos de la literatura española, don Quijote, la Celestina y don Juan, poco eran al lado del sobrino de Vernon y Petunia, los londinenses de la calle Privet Drive número 4.
Alguien nos pone en la boca las palabras, ya dije, pero entonces decíamos que aquello era “una fascinante y electrizante novela, llena de suspense, secretos y, por supuesto, magia”, y ahora, ya ven, casi tres años diciendo lo que decimos, sintiendo lo que sentimos, creyéndonos lo que nos han dicho que tenemos que creernos y jugándonos al póker -play poker online for fun or real Money- o al pinto pinto gorgorito lo de nación, entidad nacional o simple comunidad autónoma.
Con la chipionera de la Moraleja, el negro nubarrón del destino ha desatado su marejada mediática y, con la resaca, se evaporó para siempre de mi teclado aquella maga Circe que proporcionaba la droga que quita todo recuerdo de la patria (‘para siempre’ quiere decir ‘por ahora’, ya se sabe). ¡Que en paz descanse la más grande!

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