1256.- Horacios y Curiacios
Pocas veces han circulado tantos correos y mensajes políticamente incorrectos y hasta “subversivos” como en las pasadas navidades. Echaban humo los teléfonos móviles. Los ordenadores se estremecían de vergüenza como carcajeándose de unos adultos que jugaban a esquizofrénicos lelos. Que si “Por fin Bush he decidido contestar a Zapatero, etc., etc.”, que si “Receta del pollo a la socialista: primero es imprescindible robar el pollo, etc., etc.”, que si ”El PSOE acaba de anunciar que cambia su emblema de la rosa por un preservativo, etc., etc.”, que si “Carod Robira, para compensar la caída en las ventas de cava catalán ha decidido beberse varias botellas él solito y, embriagado y sin retrancas ni consignas ya, gritaba eufórico ¡Viva España!”… Para acabar la función y poner la guinda al negocio de las compañías telefónicas, en la mismísima noche de Reyes media España se sorprendía: “Adivinanza: Naufragan en alta mar ZP, Carod Robira e Ibarretxe, ¿quién se salva? Solución: España.” -Ya se sabe que pocas palabras se dicen a humo de pajas, pero es que Carod es un esperpento alucinado, Ibarretxe un Bellido Dolfos a la vasca que acabará en el trono o en la guillotina, un ordaguista, y ZP, un sansirolé; Dios los cría y ellos se juntan-.
Nada que ver, pero al simplificar el asunto en estos trillizos de cuidado, recordé la historia de unos trillizos celebérrimos de cuando el mundo era patio de colegio y poco más: los Horacios y los Curiacios.
Era el tinglado de la antigua farsa, como ahora el inicio de nuevo gatuperio entre españoles. Me refiero a cuando los romanos estaban en guerra contra los albanos y, por casualidad o por caprichos del destino, en los dos ejércitos había unos trillizos de complexión semejante. Para evitar males mayores y economizar vidas y energías, los combatientes se pusieron de acuerdo en que, en vez de luchar los dos ejércitos entre sí, se enfrentasen solamente los trillizos de un bando contra los del otro. Cuando se dio la señal, los combatientes de un lado corrieron hacia sus adversarios con la fuerza de dos ejércitos y en el primer encuentro cayeron heridos de muerte dos de los Horacios mientras que el tercero estaba ileso. Los Curiacios, por su parte, estaban los tres malheridos de diversa gravedad. El Horacio inmune valoró la situación y se dio cuenta de que si trataba de luchar contra los tres Curiacios al unísono llevaba las de perder, pero que le sería fácil acabar con todos si les embestía por separado. Echó a correr como si huyera, los Curiacios le persiguieron según las mermadas fuerzas de cada uno, y la guerra se convirtió en tres combates de un hombre sin mengua contra uno mutilado. Así fue como el Horacio superviviente, corriendo de un lado para otro y siguiendo estrategias ajustadas a cada situación, alcanzó para su país la victoria final -la historia habla también de una espeluznante tragedia que sucedió más tarde entre el Horacio vencedor y su hermana, la novia de uno de los Curiacios muertos, pero es otro cantar-.
Para cuando lleguen las tortas, que llegarán, tiempo al tiempo, deberíamos contar con un recambio de horacios que bajen los humos a tantos curiacios que están a punto de desmantelar el progreso tan tenazmente conseguido.
En fin, agradezco la noticia de aquella guerra inusitada a Tito Livio, un historiador romano que parecía un poeta, e invito a Benavente, el del tinglado de la antigua farsa, a sentenciar mi intención al recordarle: “El autor sólo pide que aniñéis cuanto sea posible vuestro espíritu porque el mundo está viejo y chochea.” Ya habrá tiempo para, metidos en la comedia de la vida, enterarnos de que “en toda ciudad hay siempre dos ciudades, una para los que a ella llegan con dinero, y otra para el que llega como nosotros”. Bien lo sabía Crispín.