1246.- Bigotes mexicanos
Era miércoles 17 de noviembre en la Plaza Garibaldi de México, las once de la noche. En España, las 6 de la madrugada; lo veo en mi Albatros, el reloj de dos esferas que suele estar en mi muñeca cuando cruzo el charco. En Tenampa saboreo un tequila reposado con el limón para instigar sabores y la sangrita para ablandarlos. Los mariachis no descansan, es como si el pueblo rompiera su alma, da gusto ver, escuchar, oler, gustar, tocar…
Aunque el “ahorita” no cambie, es un sin prisas, siempre tarde, algo muy importante está cambiando en México (los bigotes sí cambian, en cada viaje encuentro menos mostachos). Era miércoles 17 de noviembre y en la tarde han cambiado muchas cosas, lo palpo en el hemiciclo de la Cámara de Diputados donde, en lo más alto, una inscripción gigante recuerda a Benito Juárez: “Entre los individuos como entre las naciones el respeto al derecho ajeno es la paz de los pueblos”. Las horas previas del solemne Pleno en que toda la Oposición hizo piña para aprobar un “Presupuesto de Egresos de la Federación” diferente del enviado por el Gobierno del presidente Fox, o sea, el caos o algo así, trabajé a propuesta del NDI norteamericano en la propia Cámara con la “bancada” del PAN, al día siguiente con el PRI y, para acabar la cosa, al tercer día con el PRD, o sea, con todos los implicados, testigo de primera línea. En el frontón de la entrada principal, un mural gigantesco enseña la inscripción de José María Morelos en 1813 cuando Nueva España se hizo México: “Como la buena ley es superior a todo hombre, las que dicte nuestro Congreso deben ser tales que obliguen a constancia y patriotismo, moderen la opulencia y la inteligencia”.
Luego, tres días después, México conmemoraba el Día de la Revolución y la víspera quise cenar frente al monumento que conmemora el hecho aquel. Eran las nueve de la noche del viernes 19 de noviembre pero mi Albatros decía que en España era ya día 20, las cuatro de la mañana, una hora menos en Canarias, la tierra más democrática de España pues allí se murió una hora antes Franco, y me dio por pensar en el aniversario de aquella muerte. Aquí, mañana habrá desfiles callejeros, cortes de tráfico, será el Día de la Revolución mexicana. No sé si en las calles españolas habrá celebraciones o nostalgia, si habrá funeral en Cuelgamuros, no sé, pocos se acuerdan de aquello aunque el honorable Maragall resucite cada día los fantasmas del pitote para enturbiar la concordia. La Revolución mexicana fue cien años después de lo de “El Grito” de independencia contra España. Enfrente del monumento conmemorativo está el restaurante “La soldadera” (no explicaré el porqué de ese nombre, las fotos de Agustín Casasola aún enternecen). Ahorita, “las soldaderas”, “las adelitas”, son hermosas muchachas comprimidas en traje de andaluza brasileira que enseñan generoso escote, ya sin rebozo como cuando lo de Villa, lo de Juárez, que atienden tu mesa y con la mano rozando como sin rozar tu hombro te preguntan si están ricos los escamoles. “Deliciosos, son deliciosos”, dice uno y es verdad, a mí me encantan, son huevos de hormiga pero no hace falta pensar en ello, son sibaríticos, como los gusanos de maguei, como los chapulines, esos grillos fritos a los que sorprendieron cantando a la noche...
Algo muy importante está cambiando en México, no sólo los bigotes: el Presidente no tiene poder para vetar las leyes aprobadas contra él en la Cámara y no saben cómo enmendar la cosa. He sido testigo en directo; como Pedro por su casa, ya dije.
Antes de regresar a España y comprobar que Iberia me ha perdido la maleta (la primera vez que me sucede y viajo más que la Piqué) aún tengo tiempo para acercarme en la noche a la tequilería “El Cielo Rojo” y recrearme con otro tequila reposado (con el limón que instiga y la sangrita que ablanda) pero aquí, en la Zona Rosa de la colonia Juárez, las trompetas y los violines no son lo que eran antaño cuando Jorge Negrete invadía el cine de mi pueblo y me hacía soñar con México.