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1229.- Las top models

Nada que objetar, yo las comprendo. Son chicas del Vogue y el Marie-Claire, nada del Hola o el Diez Minutos. Es injusto el teatro electrizado, presto a la tormenta, que aplican al asunto la derecha carca y la izquierda progre. ¿A qué viene esa nadería de que en España a los hombres se les otorgan los valores de seriedad, responsabilidad y autoridad, y a las mujeres en cambio la frivolidad y la ligereza? ¡No es el caso! España se siente orgullosa de sus chicas: de las cuatro Marías (Carmen, Teresa, Antonia y Jesús), de las dos Elenas, y también de Cristina y Magdalena. Las ocho desfilaron en la pasarela Moncloa; son mujeres, son rumorosas, son libres, son humanas, un poco barbies también, son lo que son y casi lo que quieren ser, ¡nada que objetar! No entiendo a quienes tratan de “frívolo, improcedente y atentatorio contra la dignidad de las mujeres españolas” el posado de nenas bien con vestidos caros. Ni frivolidad, ni inmortalidad, ¡un reportaje histórico! Son top models y se nota.
Lo peor sin duda, el texto de las ocho entreviustas del subdirector de Vogue: tópico en la pregunta tonta y gastado en la respuesta insulsa; a preguntas sin garra, respuestas evasé (como vestir a Manolito Gafotas de Cristian Dior) ¡qué horror de literatura! Las ocho top models nuestras no se vacían cuando hablan, y se nota: una infección de contradicciones; apestan las palabras a Chanel de mercadillo. No son modelos de cuota, sino sabias matronas de profundo verbo; lo demostró Carmen, la más culta: “Llevaba un vestido multicolor de muchísimos colores”, dijo; ¡que la nombren ministra de Cultura!
No son los siete pecados capitales sino las ocho bienaventuranzas. Tienen glamour. Son ocho talluditas fashion con sus modelos de Armani, de Carolina Herrera o de la Benarroch. Chicas marrón glacé, de boutique “vintage” y suntuosos brillos otoñales, ¡una delicia! Teresa parece una madame galoneada por sus entretenidas, pero sólo lo parece, sabemos que no lo es y es lo que importa, ¡se las ve tan monas y tan ricas que no se entiende la carcajada general! No se concibe el sofoco de sus cuarenta escoltas y sus dieciséis chóferes oficiales cuando el periodista preguntó a una de las dos Elenas si “cama” tenía que ver con “sexo”.
Al desfile asistió juicioso el propio mandamás -son sus cómplices, dicen ellas- y, al comentar con la priora de Vogue las monerías de sus chicas, sonreía como un niño bueno en arrobo adolescente. ¡Se le nota orgulloso de sus cuatro Marías (Carmen, Teresa, Antonia y Jesús), de sus dos Elenas, y también de su Cristina y su Magdalena! El cruzado de piernas a lo Marylin de Elena, la sanitaria, estimula el gustazo de caer enfermos y acudir a su chaise longue, tan mona luego apoyada junto a Carmen en un gigantesco álamo blanco como esperando no sé qué en no se qué quicio.
Buscaron la provocación, la punzada paranoica, la bravata alardeada, casi la blasfemia y el sacrilegio, y consiguieron el objetivo. ¡Lástima que el posado no aparezca en una plataforma ferial más del pueblo llano! No son como Rociíto o la Belén Esteban, unas paletas, que se suben a una pasarela para clonar a Naomí o a la Cañadas y parecen percheronas tras un régimen de adelgazamiento dirigido por Wyoming. Las ocho saben posar, cada una en su sitio, se les nota el oficio. Andan a medio camino entre Mujercitas y Las Edades de Lulú, pero nadie las confundiría con las alegres chicas de Colsada. No son como la Pilar del Castillo, la Loyola de Palacio o aquella hermana suya que trataba de tú al emperador y se besaba en público con Colin Powell, ¡unas paletas!
Dicen que en el momento de la foto Carmen guiñó el ojo a María Jesús. ¡Chicas, a lo nuestro, vaya educación, vaya cultura!, suspiró Teresa en un jipío, y enseguida rectificaron: ¡Patata!
Si por un casual a estas ocho top models las hicieran ministras, en España sí que habría un buen talante. ¡Me encantan!

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