1185.- El hombre con dos sombras
Una le imita y la otra le persigue. Tiene dos sombras cosidas a sus talones: una huele a peache disidente y la otra exhala sudores domésticos -por mucho que digan, el pH no es potencial hidrógeno, ni logaritmo negativo de la actividad molar de los iones; es la propia sombra epidérmica, como un estornudo a destiempo que se contagia a los vecinos intemperantes-. Negra como la piel de Luisiana, de Nueva Orleáns, una de sus sombras le es fiel sin convicciones, como si no hubiera estallado aún el sueño de Martin Lutter King: "A través de la violencia puedes matar al que odias, pero no puedes matar el odio" (el Mississippí era ya de Farragut, el primer Almirante norteamericano, el hijo del menorquín). Atahualpa Yupanqui, voz silvestre de mermelada agridulce, ¡uuum!, desgrana en la penumbra, casi reza: “Le tengo rabia al silencio/por lo mucho que perdí”. También Aznavour descose guitarras del alma.
En días de crisis aleatoria, al mirar a su segunda silueta el hombre tiene un subidón –algunos prefieren ser segundo violín con tal de seguir en la orquesta, pero no es el caso, él es el rey del mambo-. Una sombra le pertenece, es vernácula, la otra le defiende de revólveres enajenados, delirantes, casi como en aquella película de Alfred Hitchcock, “Recuerda”, cuando se iban abriendo puertas y puertas, una tras otra, para permitir el amor y el dolor de Ingrid Bergman y Gregory Peck amnésico. Como si resonaran versos de José Luis Zúñiga, un poeta de Torrelavega: "Los cuervos dominan el acantilado. Me pierdo. Me siento perdido. El cielo azul suspendido, infinito, quieto sobre la pedrera...”
Las ideologías son como aquellos aros empapelados de los circos de mi infancia. Parecían macizos, hasta que los payasos los atravesaban de un salto. Sólo entonces uno se daba cuenta de que eran de un papel delgadísimo del que apenas quedaba nada después de la gran hazaña del hazmerreír. La ilusión se desvanecía pero seguíamos acudiendo al circo, al teatro y a los títeres de la plaza del pueblo, persiguiendo, casi espiando, la magia exquisita de las ilusiones (me presta la idea Harold Geneen en su “Alta dirección”).
"Cando penso que te fuches negra sombra que me asombras", vislumbro que el hombre de las dos sombras se llama de seis mil maneras (Uno a uno, los estudiantes fueron entregando sus trabajos a Gotzone Mora, profesora de Sociología en la Universidad del País Vasco. Apenas quedaban seis o siete cuando uno de ellos se acercó y le dijo: ”Aquí tiene mi examen, pero además me gustaría explicarle que usted, por ser dirigente socialista, es una enemiga del pueblo vasco, un obstáculo para la independencia de nuestra nación, así que debe ser exterminada”. Gotzone Mora terminó de recoger los exámenes y salió al pasillo de la facultad, donde, como cada día, la esperaban sus guardaespaldas -sus sombras foráneas-. Todavía pasó un rato hasta que recuperó el sosiego. Aquel chaval, descendiente de emigrantes, había hecho un buen examen. Gotzone Mora, de 53 años, casada y madre tres hijos, lo corrigió como uno más. Le puso un sobresaliente).
Mientras dure la travesía, la amnesia será el truco de la mente para no perder la razón; como mirar con el rabillo del ojo un álbum familiar sin reconocer los retratos. Si el marmitako se trufa con la butifarra, yo me entiendo, el hombre de las dos sombras ampliará a media docena su peache antinatural sin rescoldo.
Hay un sitio esperando a los muertos entre los olmos ("Nin me abandonarás nunca, sombra que sempre me asombras…", gracias Rosalía de Castro). Allí donde los algodonales no se entreveran con los naranjos ni hacen cola los cadáveres.
Llevaba razón San Ignacio: "El primer preámbulo es la historia".