1131.- Los ángeles están en huelga
Hartos de bodas y contrabodas, cuernos y contracuernos, líos y contralíos, se juega a hacer supuestos. Hasta Fernando Delgado e Iñaqui Gabilondo hacen programas rosa pálido: ¿A quién sentaría a su mesa en esta Navidad? Unos prefieren al actor de moda y otros al político de turno, que, como se sabe, los “artistas” están de moda y los políticos, “de turno”. Se invita a la actriz resuelta y vampiresa o al intelectual con premio literario. Ninguno quiere al rumano emigrante, al árabe de la patera injusta o al peruano de la vida humillada en la madre patria. Nadie sentaría en su mesa a la familia aquella de Nazareth que hace dos mil años fue rechazada en todas las casas y en todas las mesas de la noche mágica. Se prefiere a Saramago, el portugués, o a Kofi Annan, el Secretario General de las Naciones Unidas. A Zapatero o al propio Pepe Bono, gloria in excelsis Deo. De no habérselo cargado en Memphis James Earl Ray, invitaríamos a Martin Luther King, el pastor de la Iglesia bautista de Dexter Avenue en Montgomery de Alabama; aunque sólo fuese para que nos recitase al llegar la medianoche su famoso discurso “I have to dream”. Algunos desearían tener de comensal al príncipe Harry, el hijo de la fallecida Diana de Gales, para robarle un mechón de pelo y obtener muestras de la disposición genética que probara que es hijo de la relación adúltera con el oficial británico James Hewitt. Andan en ello las mafias inglesas, que ya se sabe que los científicos pueden realizar tests de ADN en cuestión de minutos a partir de muestras de pelo, piel o saliva, y establecer así la relación de sangre que puede haber entre dos personas. ¡Que el príncipe pelirrojo se corte el pelo a lo Ronaldo o a lo Roberto Carlos para hacer un poco más difícil el complot anti Buckingham! A lo Guti no, que en su nuevo look parece un indio navajo o un motilón; un mongol, mejor.
La mesa de Navidad, además de una lata, es una provocación. Una paradoja también: se busca lo más selecto, lo más caro, para festejar el nacimiento del más pobre de todos los hombres. Como si para celebrar el naufragio del Prestige hundiéramos un barco de chapapote cada 13 de noviembre.
Pedro Casaldáliga, el obispo de Sao Félix do Araguaia en Brasil, ha escrito un hermoso poema “para cualquier Navidad mientras dure el sistema neoliberal”. Dice cosas que dan que pensar: “Esta Navidad los ángeles han decidido hacer huelga. Basta de payasada, han dicho, puesto que ni los hombres (y las mujeres) se reconocen tan de "buena voluntad" como para que haya "paz en la tierra". La paz que proclamaron los ángeles en la noche mágica iba destinada a los hombres de buena voluntad, pero la propia Teresa de Jesús decía que el infierno está lleno de buena voluntad. O sea, que la buena voluntad no es garantía de nada, ni en la tierra ni en el cielo. “Huelga, pues, de alas caídas”, sigue diciendo el poema del obispo brasileño: “Hay que advertir, además, que los ángeles están hartos, hasta la punta de sus alas, de verse vendidos como bestseller en las librerías de Estados Unidos a guisa de baratija sucedánea de la Justicia Social, de la Solidaridad y del Evangelio de Jesús.”
¡Huelga de arpas y alas caídas! Lo siento por Lucía Bosé y el Museo de los Ángeles que ha puesto en Turégano. “Los ángeles han podido permitirse el lujo de hacer huelga apelando a su condición y presentando las mil justificaciones que les proporciona la depravada condición humana..., pero el Niño, como es humano, nacido de mujer, cosecha histórica del Tiempo, está ahí: llorando, sonriendo, mamando, ensuciándose, esperando. Caídas las manos, pero de impotencia. Callada la boca, pero porque no puede hablar, por más que sea el Verbo...”
Porque a quienes yo sentaría a mi mesa es a tantos seres queridos que se fueron para siempre después de habernos sentado generosamente a la suya…