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2053.- Farsa sentimental y grotesca

14/01/2019

No garabateo hoy sobre La Marquesa Rosalinda, una obra de teatro de Ramón María del Valle-Inclán que se estrenó el 5 de mayo de 1912 en el Teatro de La Princesa de Madrid en 1961 con el subtítulo de Farsa sentimental y grotesca, y de la que a veces recuerdo estas palabras de Amaranta, una de las protagonistas: “Tres ecos tiene en la reja la risa: el suspiro, el beso y la queja”.

Ramón María del Valle-Inclán fue un dramaturgo, poeta y novelista que formó parte de la corriente literaria denominada modernismo y que en sus últimas obras se encuentra fronterizo con la generación del 98. Nació en 1866 en Villanueva de Arosa y en estas fechas se cumple el setenta aniversario de su muerte en Santiago de Compostela.

Enmascarado bajo el título de esa farsa sentimental y grotesca, hoy escribo sobre las grullas y, por razones políticas y personales, pienso que el año 2019 está siendo ya el año de unas aves de lugares abiertos que se desplazan dando zancadas con sus largas patas y que acopian semillas e insectos con sus largos picos.

Todos los inviernos, más de 75.000 grullas viajan a Extremadura a sus lugares de alimentación y dormideros. Las grullas recorren unos 3000 kilómetros desde los países del Norte de Europa en los que pasan la temporada de primavera-verano. Viven en bandadas y muchas de ellas recorren largas distancias para criar. De ellas suele decirse que son símbolos de la prudencia y de la vigilancia.

Las escuadras de grullas surcando los cielos, con su vuelo enérgico y sostenido y su incesante trompeteo constituyen una imagen cotidiana y emblemática del invierno en nuestro país. Llegan a la Península Ibérica hacia el mes de octubre, permanecen hasta marzo y durante esos meses se las puede contemplar, siempre en grupos numerosos, alimentándose en dehesas y cultivos que abandonan al atardecer para acudir, agrupadas en simétricas y ruidosas formaciones, hasta sus dormideros habituales.

Hace unos años, escribí un artículo titulado Las grullas de La Serena que entre otras cosas esto decía, más o menos, lo siguiente: donde Extremadura es granito y dehesa, hablo de Quintana de la Serena, ando estos días garabateando invocaciones. Cuando los extremeños arrebataron a los árabes esta zona de ensueño, la llamaron “Extremadura”, el nombre de su propia tierra, o sea, Soria y Segovia, la Extremadura castellana de por entonces. El Duero protestó porque lo mandaban a engrosar el Tajo y haraganear por Toledo y Talavera. El Duero no es sólo el enclave donde Leonor García y el profe don Antonio Machado se enamoraron y matrimoniaron hasta que una tuberculosis se llevó a la niña. Si en los pueblos me interno por las viejas calles, en las dehesas observo emocionado los miles de grullas que andan revolucionadas preparando su viaje de regreso.

En Castuera, exploro embelesado la Ermita de los Santos Mártires y la de San Juan, y me endulzo en el Museo del Turrón. En Villanueva de la Serena nació en 1497 Pedro de Valdivia , un comunero de Castilla que acabó conquistando Chile y que en 1553 fue condenado a pena de muerte y no sé cuantas cosas más. Recalo también en Zalamea, donde aquel alcalde de cuando Calderón de la Barca, y donde Antonio Nebrija, que en realidad Elio Antonio Martínez de Cala y Xarava escribió la primera Gramática de la Lengua Española dedicada a la reina Isabel La Católica —“cuando bien conmigo pienso, mui esclarecida Reina, i pongo delante los ojos la antigüedad de todas las cosas, que para nuestra recordación y memoria quedaron escriptas, una cosa hallo y: saco por conclusión mui cierta: que siempre la lengua fue compañera del imperio; y de tal manera lo siguió́, que juntamente començaron, crecieron y florecieron, y después junta fue la caída de entrambos (…)—. Villanueva de la Serena, las dos Orellanas, la de la Sierra y la Vieja, Benquerencia, Malpartida, La Coronada…, y luego, ya, Quintana de la Serena; cuando se dejan atrás las varias docenas de fábricas de granito, centenares de grullas andan ya en impresionantes tantunergos sonoros mientras se atiborran de bellotas.

Como son monógamas, establecen lazos de pareja de por vida. Es como si llevaran tatuado en el buche el nombre de su media naranja.

A punto ya de comenzar su cortejo nupcial, la hembra trompetea con llamadas acústicas antes de iniciar las cópulas y la nidificación.

Si en las dehesas extremeñas andan en grandes rebaños, cuando lleguan a su destino vivirán emparejadas y a la mayor distancia posible de las parejas más próximas. Siendo aves que tanto se parecen a las cigüeñas, hacen sus nidos como si simples gallinas. Amontonan en el suelo una formidable pila de vegetación seca y, en el centro, fabrican una hondonada para depositar los dos huevos que generalmente suelen incubar; no hay en la dehesa extremeña agobios ni prisas.

“¿Cómo saber si la Tierra no es más que el infierno de otro planeta?”, se preguntaba Aldous Huxley —1894/1963—, un escritor y filósofo británico que emigró a Los Estados Unidos de América, y que por sus novelas y ensayos y está considerado como uno de los representantes más importantes del pensamiento moderno.

Atando cabos, la farsa sentimental y grotesca de hoy, por esporádicos razones políticas y personales me hace pensar que el año 2019 será eel de las grullas, que pronto habrá brotes de primavera en los cerezos y que esas aves enigmáticas están ya en una posada sin techo en la que se hace “música celestial”, una expresión que en periodismo va más allá de la anécdota de lo sucedido y que es un modo de decir que alguien está diciendo palabras elegantes e innecesarias o promesas vacías.

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