Volver a Artículos     
2039.- Ensueños y palabras

12/11/2018

Si los sueños y los ensueños son estímulos anímicos que representan manifestaciones de fuerzas psíquicas que durante la vigilia se hallan impedidas de desplegarse libremente, las palabras pueden contabilizarse.

A principios del siglo XX, Sigmund Freud retomó la cuestión bíblica de la interpretación de los sueños desde una perspectiva racionalista con su obra La interpretación de los sueños, un libro que se convirtió en uno de los más influyentes del siglo XX.

El término palabra proviene del latín parábola y expresa uno de los elementos más imprescindibles en cualquier lenguaje; se trata de un fragmento funcional de una expresión, delimitado por pausas y acentos convirtiéndose en palabras contabilizadas.

Cuando el niño era niño, no sabía que era niño, todo le parecía animado y todas las almas eran una. Y fue entonces cuando, con el pretexto de contar las palabras, uno de sus maestros consiguió que un libro de Azorín fuera leído palabra a palabra por todos sus alumnos.

Y aún recuerda que se entusiasmó con una novela titulada “Doña Inés, historia de amor”, en la Segovia de 1840. “La ciudad monumental sirve de bello fondo a una historia de amor —¿real?, ¿imaginada?—entre una dama de cierta edad y un joven menor que ella. Es la historia de un beso en la catedral que perturba y conmueve a toda una respetable ciudad provinciana” (45 palabras, ni una más ni una menos, y recordó los párrafos iniciales de El Quijote, todos de 33 palabras: “En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha mucho tiempo que vivía un hidalgo de los de lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor”.

En su novela Doña Inés —edición de E. Catena, Madrid, Castalia, 1975, págs. 183-184— subtitulada Historia de amor, José Martínez Ruiz, Azorín, describió a Eufemia, “una moza tureganense que a las cinco de la mañana se levantaba todos los días, abría en silencio la puerta de la calle y la volvía a cerrar con el mismo cuidado. Enfrente de la casa está la ermita del Cristo de la Cruz que en verano ya a esa hora está llena de luz solar Eufemia ha nacido en Turégano, se halla este pueblo a unas cinco leguas de Segovia. Eufemia era hija del sacristán de San Juan. Los sacristanes de los pueblos segovianos suelen enajenarse el oficio de tejedor, con el que se ayudan a vivir. El padre de Eufemia tenía un modesto telar. La parroquia de San Juan estaba edificada en el castillo. El castillo se levanta en un empinado cerro. Desde sus murallas se otea el pueblo, en la ladera, con la iglesia de Santiago, y en torno al pueblo verdes huertas -entre ellas, la del obispo-, y más lejos, después de los pinares, la línea azul de la sierra. En el castillo, todavía lejos, después de los pinares, la línea azul de la sierra. En el castillo, todavía en este año de 1840, se ven cuatro o seis cañoncitos de forma ochavada al exterior, otros muchos han sido fundidos para labrar las rejas y cosas de hierro de la iglesia. De la torre del homenaje han sido descuajados muchos sillares. Hay en el castillo dos escaleras de caracol. Eufemia, cuando niña, correteaba con otras muchachas por las murallas, ascendía —dando gritos para que resonara la voz— por el caracol de las escaleritas, contemplaba desde arriba el panorama del pueblo. Eufemia ya era entonces una mujercita grave. Cuando estaba sentada, cruzaba como ahora, y según hacen las mujeres españolas del pueblo, los brazos sobre el pecho. Y de sus labios salía la misma oración que ahora susurra”.

Lo primero a destacar en esta cita del maestro Azorín —301 palabras—es el aceptable grado de información que recogió sobre Turégano con el simple pretexto de orientar al lector sobre el origen de Eufemia, uno de los personajes de su novela —fuente: VBV, El Señorío Episcopal de Turégano, página 504/507, prologado por Francisco Rodríguez Adrados, nuestro paisano hoy académico de la Real Academia Española, sillón d minúscula desde el 28 de abril de 1991, que explica que “esta obra recoge y critica todo lo que se ha escrito sobre el tema más una larga serie de aportaciones del autor, un libro estimulante por lo mucho que dice de viejo y de nuevo y por los interrogantes que deja abiertos”.

La tureganense Eufemia cantaba y rezaba cada día la oración de San Antonio y los pajaritos que los tureganenses recuerdan palabra por palabra: “Divino Antonio precioso, suplicar a Dios inmenso/ que con su gracia divina alumbre mi entendimiento/ para que mi lengua refiera el milagro/ que en el huerto obraste a edad de ocho años./ Desde niño fue criado con mucho temor de Dios,/ de su padre fue estimado y, del mundo, admiración./ Fue caritativo y perseguidor/ de todo enemigo, con mucho rigor./ Su padre era un caballero, cristiano, honrado y prudente/ que mantenía su casa con el sudor de su frente./ Y tenía un huerto a donde cogía/ cosechas del fruto que el tiempo traía./ Y una mañana en domingo, como siempre acostumbraba,/ se marchó su padre a misa, cosa que nunca olvidaba./ Y le dijo: -Antonio, ven acá, hijo amado;/ escucha, que tengo que darte un recado./ Mientras tanto esté yo en misa, gran cuidado has de tener,/ mira que los pajaritos todo lo echan a perder./ Entran en el huerto, pican el sembrado,/ por eso te encargo que tengas cuidado./ Para que yo mejor pueda cumplir con mi obligación,/ voy a encerrarlos a todos dentro de esta habitación./ El padre se marchó a misa, a la iglesia con devoción/ y Antonio quedó cuidando, a los pájaros llamó:/ Venir, pajaritos, dejar el sembrado,/ que mi padre ha dicho que tenga cuidado./ Por aquella cercanía ningún pájaro quedó,/ porque todos acudieron donde Antonio los llamó./ Lleno de alegría San Antonio estaba,/ y los pajaritos alegres cantaban./ Vio de venir a su padre, luego los mandó callar./ Llegó su padre a la puerta y le empezó a preguntar:/ -Dime tú, hijo amado, dime tú, Antoñito,/ si has cuidado bien a los pajaritos./ El hijo le contestó: -Padre, no tengas cuidado,/ que, para que no hagan daño,/ todos los tengo encerrados. / El padre que vio el milagro tan grande,/ al señor obispo trató de avisarle./ Ya está aquí el señor obispo con todo acompañamiento./ Todos quedaron confusos al ver tan grande elemento./ Se abrieron ventanas y puertas a la par por ver si las aves querían marchar./ Entonces les dijo Antonio: -Señores, nadie se agravie,/ los pajaritos no salen hasta que yo no los mande./ Se puso a la puerta y les dijo así:/ -Vaya, pajaritos, ya podéis salir./ Salga el cuco y el milano, águilas, grullas y garzas,/ gavilanes y andaríos, lechuzas, mochuelos y pavas./ Salgan verdejones y las calderinas/ y las congojadas y las golondrinas./ Cuando acaban de salir, todos juntitos se ponen/ aguardando a San Antonio, para ver lo que dispone./ Y Antonio les dice: -No entréis en el sembrado,/ iros por los montes y los ricos prados./ Y al tiempo de alzar el vuelo, cantan con gran alegría,/ despidiéndose de Antonio y toda su compañía./ Depósito de bondades, padre de la caridad,/ árbol de graciosidades, fuente de inmensa piedad./ Antonio divino, por tu intersección,/ todos merecemos la eterna pasión —301 palabras.

Atando cabos, al niño al que todo le parecía animado y todas las almas eran una le vino a la mente la imagen adorable de Juana Borreguero González que en paz descanse que cada noche le cantaba, a él y a sus hermanos, la Canción de San Antonio y los pajaritos —51 palabras contabilizadas.

  Volver a Artículos