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2010.- Orgullo y pasión

13/06/2018

“La felicidad y la libertad comienzan con la clara comprensión de un de un principio: algunas cosas están bajo nuestro control y otras no. Solo tras haber hecho frente a esta regla fundamental y haber aprendido a distinguir entre lo que podemos controlar y lo que no, serán posibles la tranquilidad interior y la eficacia exterior” —cuando eso escribí en “Un Manual de vida”, me llamaba Epicteto, era un filósofo griego de la escuela estoica y parte de mi vida estuve de esclavo en Roma tras haber nacido en Hierápolis (Turquía) 50 años después de Cristo y, según cuentan los sabelotodo, haber pasado a mejor vida en Nicópolis (Grecia) 135 años después de Cristo.

Muchos siglos después, supe que en las cárceles del alma, el orgullo y la pasión cambian las reflexiones y ayudan a refrigerar el pensamiento. El orgullo es un exceso de estimación hacia uno mismo y hacia los propios méritos por los cuales la persona se cree superior a los demás, y la pasión es una emoción definida como un sentimiento muy fuerte hacia una persona, tema, idea u objeto.

En ello ando ahora, como si confinado en “Las cárceles del alma” del escritor Lajos Zilahy —1891/1974—, el autor también de “El desertor” y “Primavera mortal”.

“Por qué los Hombres no escuchan y las Mujeres no entienden los mapas”, es un libro del que en su día se vendieron más de 100.000 ejemplares. No creo que por ello, la actitud del actual presidente del Gobierno de España, de la vicepresidenta y ministra de Igualdad, y de otros dieciséis ministros y ministras: once mujeres y seis varones —su frase “Europa es nuestra nueva patria”, es un guiño maquiavélico a no se sabe quién. Ese mejunje formado por la mezcla de varios ingredientes no puede haber salido del caletre de Pedro Sánchez Pérez-Castejón. De vivir Julio Cortázar, un escritor argentino que optó por la nacionalidad francesa en 1981, en protesta contra el régimen militar argentino (murió en 1984), les colocaría en su libro “Historias de cronopios y de famas” publicado en 1962.

Las cárceles del alma donde Pedro Sánchez está enclaustrado han abierto un paraguas y es como si disparara contra la lluvia —algo así hubiera escrito hoy Ramón Gómez de La Serna, aquel genio que escribió más de diez mil greguerías, que nació en Madrid en el año 1888 y que murió en Buenos Aires en 1963, el año que mataron a Kennedy.

El nuevo presidente del Gobierno ha nombrado a Iván Redondo, su asesor de la moción defensiva triunfadora y ahora director de su Gabinete —Iván Redondo nació en 1981 en San Sebastián y fue en su día asesor del Partido popular.

Pedro Sánchez nombrando vicepresidenta y ministra de Igualdad a la egabrense Carmen Calvo, y un gobierno con guiños a independentistas y con mujeres en las carteras clave: ministros y ministras sorpresa como el de Cultura y Deporte, el utielano Maxim Huerta, y el de “Ciencia, Innovación y Universidades” Pedro Francisco Duque, un ingeniero aeronáutico madrileño que nació también el año que mataron a Kennedy y conocido principalmente por haber sido el primer astronauta de nacionalidad española.

Si los españoles hubieran querido que Pedro Sánchez fuera presidente del Gobierno, le habrían votado por mayoría en las últimas elecciones —no acabará en Alcatraz, pero La Moncloa será la prisión de su alma, y la bodeguilla, el testamento de su ambición desmedida—Recién estrenado presidente del Gobierno de España, aunque solo cuente con 84 diputados de su partido político (nunca tan pocos escaños dieron para tanto) está jugando a un karaoke revolucionario de sus deseos desatinados, y me pregunto el qué, el cómo y el cuándo crear ilusión y poner atención a los deseos de sus compañeros de aventura, para que no se lleguen a cumplir estas palabras de Otto von Bismarck, el estadista y político alemán, una de las figuras clave de las relaciones internacionales durante la segunda mitad del siglo XIX: "España es el país más fuerte del mundo, los españoles llevan siglos intentado destruirlo y no lo han conseguido”.

En “España invertebrada”, una obra de José Ortega y Gasset —el filósofo y ensayista principal de la teoría del perspectivismo; Madrid 1883/1955— publicada en 1921, declara el efecto de los regionalismos y separatismos como parte del "proceso de desintegración que avanza en riguroso orden, desde la periferia al centro, de forma que el desprendimiento de las últimas posesiones ultramarinas parece ser la señal para el comienzo de una dispersión interpeninsular”.

Recordando la anécdota de cuando José Solís era ministro de Franco y máximo responsable del Movimiento Nacional, defendía desde su escaño en Cortes más horas para el deporte en los colegios —«¿Para qué sirve hoy el latín?», se preguntaba—, y Adolfo Muñoz Alonso, un profesor de la Complutense del que recuerdo con frecuencia sus clases y la dirección de mi texis, se revolvió en su escaño: «Por de pronto, señor ministro, para que los nacidos en Cabra sean egabrenses y no otra cosa”, atando cabos hoy apunto que, al parecer, el orgullo y la pasión de Iván Redondo ha explicado a Pedro Sánchez que Richard M. Nixon, el trigésimo séptimo presidente de los Estados Unidos de América —1969/1974; el único presidente en dimitir del cargo— dijo en cierta ocasión que “cuando el presidente lo hace significa que no es ilegal”; algo parecido al actual predicamento de Donald Trump: “tengo el derecho absoluto de indultarme a mí mismo en caso de condena por la trama rusa”.

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