2007.- Religión, familia e independencia24/05/2018
No sé si por ese orden, pero la religión, su propia familia y la independencia de Cataluña son los tres arbotantes estructurales exteriores adosados al muro de la nave lateral de Carola Miró, la actual primera dama catalana que en su día quiso ser misionera. Lo demás, es accesorio.
En ese sentido, no hay fisuras entre Quim Torra y su mujer, “una profesional de la mística” y, según aseguran los familiares y amigos de Carola Miró i Bedós, les une “la fe católica, la república y la independencia».
A punto de cumplir cincuenta y tres años, «Caro» —así suelen llamar a Carola Miró— es profesora de pedagogía en excedencia, madre de tres hijos, y conjuga su fe cristiana con un acervado sentimiento independentista catalán que nunca ha ocultado. Fue una joven estudiante soberanista y por su compromiso ideológico entró en las listas de Reagrupament, la facción díscola de Esquerra Republicana montada por Joan Carretero en las elecciones autonómicas de 2010 —ocupaba un puesto testimonial: el setenta y siete de la lista por Barcelona.
¿Qué quién es esa mujer delgada, hasta ahora bastante desconocida, que ataviada con su lazo amarillo secesionista aplaudió la investidura de su marido en el Parlament de Cataunya?
Carola Miró i Bedós nació en una familia de raíces cristianas, republicanas e independentistas. En su etapa como profesora en un colegio de Barcelona dedicado al fomento de la cultura y lengua catalanas, dirigió una ONG solidaria a la que se conocía como «la otra Cáritas». Su afán proselitista la llevó a viajar por países como El Salvador, Honduras, Guatemala, India, Nepal y Camboya —en este último periplo, siendo aún una joven estudiante, quiso ser misionera, una vocación que quedó frustrada al verse obligada a regresar a Cataluña por problemas familiares.
La niña Carola se educó en un colegio de monjas en Sarriá, lindante con los Jesuitas donde estudiaba Joaquim Torra Pla, su futuro marido —no existían todavía los centros mixtos, por lo que los niños y niñas se encontraban a la hora del recreo o a la salida de clase; fue la primera vez que Carola vio a Joaquín, hasta que, ya en la adolescencia, un amigo les presentó en un guateque tras la misa dominical. Caro es de misa y comunión diarias, con una fe católica profundamente arraigada —según sus amigos cercanos, tan ancestral como su fervor independentista—. Algo que también ha inculcado a sus tres hijos: Carola, Guillén y Helena. Curiosamente, pese a su pasión republicana, viven en un espacioso piso en la “calle Príncipe de Asturias” del distrito de Gràcia de Barcelona, una calle que Ada Colau, la actual alcaldesa de Barcelona ha iniciado los trámites para borrar su nombre del mapa de la Ciudad Condal.
Quinientos años después de suceder los hechos, el Centro Nacional de Inteligencia (CNI), ha logrado traducir el contenido de las misivas, cada una compuesta por 20 hojas, de una época de intrigas y alianzas para conseguir el dominio del Mediterráneo. Era necesario crear un lenguaje secreto imposible de descifrar por el enemigo. Si las misivas al suroeste de Italia, que entonces tardaban 15 días desde Valladolid o Burgos, caían en manos del rival, la seguridad del Mediterráneo corría un peligroso riesgo.
Ahora, algunos dicen saber que el Centro Nacional de Inteligencia tiene al menos 57 cartas secretas entre Puigdemont y sus pupilos, especialmente Quim Torra y Jordi Sànchez Picanyol —a Juan Gabriel Rufián Romero, el diputado de Esquerra Republicana de Cataluña, hasta el CNI le ha dejado por imposible, es como si fuera una reencarnación del desvergonzado Francisco Nicolás Gómez Iglesias, «El pequeño Nicolás”. Gabriel Rufián nació al año siguiente del fallido golpe de Estado del 23F de 1981.
“Yo soy vasco y, por eso, doblemente español”, escribió no sé dónde Miguel de Unamuno, pero atando cabos, a Joaquim Torra Pla y a su mujer Carola Miró i Bedós les une la religión, la familia y la independencia de Cataluña; para ellos, España y los españoles pertenecemos a “la España de charanga y pandereta, de espíritu burlón y de alma quieta, a la España de la rabia y de la idea…”, como escribió en “El mañana efímero” un poeta que llegó a Segovia el 26 de noviembre de 1919 y acabó instalándose por el modestísimo precio de 3,50 pesetas al día en una aún más modesta pensión y que se murió el 22 de febrero de 1939 en una ciudad francesa llamada Colliure.