2006.- La hoguera de las vanidades17/05/2018
La muerte de Tom Wolfe me ha hecho cambiar el título de este Atando Cabos, y lo que iba a titularse “El niño malo y la República Catalana” se ha convertido en “La hoguera de las vanidades”.
Al morir, el escritor y periodista estadounidense Tom Wolfe estaba a punto de cumplir los noventa años. No había cumplido los 60 cuando escribió su primera novela: «La hoguera de las vanidades», su obra más popular, en la que intentó hacer un estudio para diseccionar el Nueva York de la época. El padre del «nuevo periodismo» —así se le llamaba— no veía su oficio con buenas perspectivas: “La televisión ha alterado la percepción y las nuevas generaciones tienen una mente tribal. Es una lástima pero los jóvenes no quieren que nadie les pillen comprando un periódico, sería algo vergonzoso”, escribió.
En la hoguera de otras vanidades, Quim Torra, el nuevo presidente de la Comunidad Autónoma de Cataluña deseó que España “enviara tanques a Cataluña”. Si su jefe Puigdemont es un panxacontenta —en castellano, una persona que, pasa de todo, que le da igual lo que pasa, que va a estar a su aire, sin hacer o decir nada—, él es un carallot —en castellano, una persona obtusa: un calzonazos que se deja manipular fácilmente.
Con la brújula desorientada, así esta estupidez de Quim Torra, traducida del original en catalán y archivada en la UAB 1982 —Universidad Auónoma de Barcelona—: “En Espanya (…) hay un mestizaje que se reconoce por unos caracteres morfológicos externos (cabellos más oscuros y rizados y color de la piel más oscuro y que es debido a mayor poder pigmentario y no al sol), además el ángulo anterior mandibular es inferior al del catalán. Se puede considerar al espanyol como un elemento de la raza blanca en franca evolución hacia el componente racial africano-semítico (árabe). El coeficiente de inteligencia de un espanyol y un catalán según las estadísticas publicadas por el Ministerio de Educación y Ciencia espanyol da una clara ventaja a los catalanes. La progresiva degradación racial espanyola puede contagiarse a los catalanes debido a la fuerte inmigración, los frutos se pueden ver si observamos la diferencia caracteriológica entre el hombre del campo, no contaminado por el linaje espanyol, y el de las ciudades. El carácter trabajador y europeo del catalán es un factor anímico bien contrario al gandul y pro-africano espanyol. Por todo esto tenemos que considerar que la configuración racial catalana es más puramente blanca que la espanyola y por tanto el catalán es superior al espanyol en el aspecto racial“.
Si Tom Wolfe escribió “La hoguera de las vanidades”, Samuel Langhorne Clemens, conocido por el seudónimo de Mark Twain (1835-1910), fue un popular escritor, orador y humorista estadounidense. Escribió obras de gran éxito como “El príncipe y el mendigo” o “Un yanqui en la corte del Rey Arturo”, pero es conocido sobre todo por su novela “Las aventuras de Tom Sawyer” y su secuela “Las aventuras de Huckleberry Finn”: Había una vez un niño malo cuyo nombre era Jim. Si uno es observador advertirá que en los libros de cuentos ejemplares que se leen en clase de religión los niños malos casi siempre se llaman James.
Otra circunstancia peculiar era que su madre no estuviese enferma, que no tuviese una madre piadosa y tísica que habría preferido yacer en su tumba y descansar por fin, de no ser por el gran amor que le profesaba a su hijo, y por el temor de que, una vez se hubiese marchado, el mundo sería duro y frío con él.
Por su parte, Max Aub Mohrenwitz —París,1903/México D.F.1972—, un escritor español de origen francés que toda su obra la escribió en español, cultivando diferentes géneros: narrativa, teatro y poesía. Siendo un niño, su familia —padre alemán y madre francesa— se trasladó a España por motivos de trabajo y durante la Primera Guerra Mundial se estableció en Valencia, donde cursó el bachillerato.
Al terminar sus estudios recorrió nuestro país como viajante de comercio y al cumplir los veinte años decidió adoptar la nacionalidad española. Así dice en un cuento sorprendente de ese autor hoy aplicable a la zozobra independentista catalana:
“Hablaba, y hablaba, y hablaba, y hablaba, y hablaba, y hablaba, y hablaba. Y venga hablar. Yo soy una mujer de mi casa. Pero aquella criada gorda no hacía más que hablar, y hablar, y hablar. Estuviera yo donde estuviera, venía y empezaba a hablar. Hablaba de todo y de cualquier cosa, lo mismo le daba. ¿Despedirla por eso? Hubiera tenido que pagarle sus tres meses. Además, hubiese sido muy capaz de echarme mal de ojo. Hasta en el baño: que si esto, que si aquello, que si lo de más allá. Le metí la toalla en la boca para que se callara. No murió de eso, sino de no hablar: se le reventaron las palabras por dentro.
Atando cabos, en la hoguera de las vanidades de la hipotética república catalana las palabras encapsuladas de Puigdemont y las de su parásito Quim Torra algún día se les reventarán por dentro y ellos aparecerán en la posdata de un futuro libro de frases que un día hicieron historia, o algo así.