1999.- La primavera de la esperanza04/04/2018
Con Carles Puigdemont Casamajó el panxacontenta —en castellano “pasota” o algo parecido— detenido y encarcelado por la policía de Alemania cuando cruzaba la frontera desde Dinamarca, mientras las oscuras golondrinas sigan colgando sus nidos en nuestros balcones seguirá la esperanza del regreso de la primavera,
Cuando los ramos del domingo, el panxacontenta fue detenido en Alemania, y comenzó la santa semana de su cárcel y de nuestra discordia.
Así lo interpretaría el escritor británico Charles Dickens —su seudónimo era “Boz”— en su novela “Historia de dos ciudades”, un relato basado en historias protagonizadas por niños o adolescentes que muestran una intención de reprimenda o denuncia de la sociedad británica de la época: “Era el mejor de los tiempos, era el peor de los tiempos, la edad de la sabiduría, y también de la locura; la época de las creencias y de la incredulidad; la era de la luz y de las tinieblas; la primavera de la esperanza y el invierno de la desesperación. Todo lo poseíamos, pero no teníamos nada; caminábamos en derechura al cielo y nos extraviábamos por el camino opuesto. En una palabra, aquella época era tan parecida a la actual, que nuestras más notables autoridades insisten en que, tanto en lo que se refiere al bien como al mal, sólo es aceptable la comparación en grado superlativo.” —en esa novela histórica se narraba la vida en el siglo XVIII, en la época de la Revolución francesa, y las dos ciudades eran Londres y París.
El 12 de enero publiqué un artículo titulado ”Masones en la trinchera”, y allí aventuré que Puigdemont el panxacontenta era un masón atrincherado que utilizaba ab libitum cada uno de los Grados Simbólicos de la masonería: el de Aprendiz, el de Compañero y el de Maestro —la francmasonería o masonería es una institución de carácter iniciático, filantrópico, simbólico, filosófico, selectivo, jerárquico, internacional, humanista y con una estructura federal, fundada en un reconcomio de fraternidad.
Josep María Matamala —el hombre del pelo blanco que como si su sombra pasea con por Bruselas y otros lugares—, es un ferviente partidario de la independencia de Cataluña y al parecer se ha convertido en el confidente y apoyo del panxacontenta que se hace llamar presidente de la República Catalana en el Exilio.
A su lado, Roger Torrent, Artur Mas, Oriol Junqueras, Carme Forcadell y otros treintaitrés compañeros —treintaitrés, digo por decir—. A su servicio, Juan Gabriel Rufián Romero y otros cuarenta y nueve aprendices —cuarenta y nueve, digo también por decir— que no aceptan la autoridad de la Gran Logia de España que está en la calle José Lázaro Galdiano de Madrid.
La Gran Logia de Cataluña —oficialmente “Gran Lògia de Catalunya”— se organiza como territorio simbólico soberano porque su ámbito territorial es Cataluña. Una vez reanudada la democracia, la fórmula federal se desestimó y la Gran Lògia de Catalunya anduvo sola, ya que la evolución del pensamiento masónico no identifica a las logias con los estados, sino que identifica a las logias con la personalidad de un territorio. No se trata de adquirir una visión nacionalista, sino de adecuar las realidades de los territorios a las logias. Son masones en la trinchera.
Corría el año 1981 cuando un escritor que apuntaba maneras escribió un libro prodigioso que comenzaba con estas palabras: “A la memoria de mi amigo Félix R. de la Fuente”. El prodigio se llamaba “Los Santos Inocentes”, su autor Miguel Delibes y tanto Félix como el autor del portento morirían, treinta años por medio, una semana antes de abrirse la primavera; es como si ambos esperaran su primavera de la esperanza —incluido mi padre que en paz descanse que fue alumno de Adolfo Delibes, el padre de Miguel, cuando éste era catedrático de Derecho en la Escuela de Comercio de Valladolid.
Años después, en 1975, fue elegido miembro de la Real Academia Española (silla “e” minúscula, en la que sucedió al almirante Julio Guillén Tato) —nuestro Francisco Rodríguez Adrados, tureganense por parte de madre, a pesar de sus casi cien años sigue ocupando el sillón “d” minúscula, en el que sucedió a Dámaso Alonso— y, como si en una comedia bufa, atando cabos hoy me pregunto si estamos en la primavera de la esperanza y si en el invierno de la desesperación la sombra del ciprés siga siendo alargada para los treintaitrés compañeros, y por más que las oscuras golondrinas sigan colgando sus nidos en los balcones, los masones y sus aprendices catalanistas mantienen la esperanza del regreso de su primavera.