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1992.- Al socaire de dos titanes

05/02/2018

Aunque me embarque en tiempos remotos, hoy escribo al socaire de dos titanes que se llamaban Prometeo y Epimeteo. Cuando existían los dioses, pero no las especies mortales, los Altísimos enviaron a dos titanes hermanos —Prometeo y Epimeteo— para conseguir los divinos objetivos.

Cuenta la mitología griega que Prometeo, un osado Titán al que gustaba provocar la ira de Zeus, el rey de los dioses que supervisaba el universo, llevó a Prometeo a tal punto de cólera que terminó por quitar el fuego a los hombres, y a Epimeteo, para sacarnos mogollón a la luz y revestir las especies recién modeladas de facultades convenientemente distribuidas.

Epimeteo, en la mitología griega, era un señor que reflexionaba más tarde, literalmente “de pensamiento tardío", que era hermano de Prometeo —la previsión, literalmente "pensamiento adelante"—. Era un “auguraor”, como le llamaría en su “Indicionario” mi amigo Miguel Tirado Zarco que en paz descanse, un libro en el que puso esta entrañable dedicatoria manuscrita: “A Víctor Borreguero, mi amigo, como recuerdo de su estancia en Cuenca, en donde vuelve a dejar constancia de du valía y cordialidad. Con todo mi afecto, Miguel Tirado, Cuenca, otoño de 2001”.

Si Prometeo podía ver el futuro, Epimeteo veía con retraso las cosas que ya habían acontecido —ambos actuaban como benefactores de la humanidad, pero mientras que Prometeo se identificaba por ser ingenioso e inteligente, a Epimeteo se le representaba como a un bufón tontorrón.

Cierto día, Puigdemont, perdón, quise decir Prometeo, pidió a su hermanastro Roger Torrent, perdón, quise decir Epimeteo, que le permitiese manejar la distribución de las prebendas y que después supervisase el reparto. Y así, a unos les proporcionaba fuerza, pero no rapidez, en tanto que revestía de rapidez a otros más débiles. A unas especies las dotaba de armas y a las que daba una naturaleza inerme, ideaba otra facultad para su salvación. A quienes daba un cuerpo pequeño, les dotaba de alas para huir o de escondrijos para guarnecerse...

Espero que no me delate pero estoy citando a Platón en su Protágoras: “cuando quedaba aún sin equipar la especie humana, Prometeo vio que todos los animales estaban armoniosamente equipados mientras que los hombres andábamos desnudos, sin calzado, sin abrigo e inermes, y ante la imposibilidad de encontrarnos un medio de salvación, robó a Atenea la sabiduría de las artes y a Hefesto el fuego, ofreciéndonos el botín como regalo. Como castigo, Zeus ordenó a Hefesto que encadenara a Prometeo a la cima de una montaña muy alta donde, durante treinta mil años, un águila le comería en la mañana el hígado y luego, en la noche, le crecería de nuevo.

No hay otro mito en la cultura occidental con mayor carga simbólica que el de Prometeo.

En México existe una escultura del colombiano Rodrigo Arenas Betancourt que es un gigantesco hombre desnudo que intenta por todos los medios volar hacia el cielo. Es un Prometeo que está con el viento, con la verticalidad que rompe la montaña, con el ímpetu que inflama las banderas, que inquieta, desgarra, conturba y suscita interrogantes sobre la vida y la muerte, la naturaleza y sus mandatos implacables, los sueños, el destino. Está cerca del nuevo edificio de las Ciencias.

Sobre Prometeo escribió esta hermosa referencia Franz Kafka, un escritor de origen judío nacido en Praga que escribió en alemán y que se murió de tuberculosis cerca de Viena cuando en España nuestros abuelos andaban aún en el “Directorio Militar” de Primo de Rivera, que es como se llamó oficialmente a aquella dictadura: «De Prometeo nos hablan cuatro leyendas. Según la primera, lo amarraron al Cáucaso por haber dado a conocer a los hombres los secretos divinos, y los dioses enviaron numerosas águilas a devorar su hígado, en continua renovación. De acuerdo con la segunda, Prometeo, deshecho por el dolor que le producían los picos desgarradores, se fue empotrando en la roca hasta llegar a fundirse con ella. Conforme a la tercera, su traición paso al olvido con el correr de los siglos. Los dioses lo olvidaron, las águilas, lo olvidaron, él mismo se olvidó. Con arreglo a la cuarta, todos se aburrieron de esa historia absurda. Se aburrieron los dioses, se aburrieron las águilas y la herida se cerró de tedio. Solo permaneció el inexplicable peñasco.”

Puigdemont y quince más —lo de quince es una idolopeya; dentro de las figuras literarias, una de las de ficción— que trata de adscribir un discurso pronunciado en un texto a una persona ya muerta; piensan que viven en una estrella, pero un tal Ricky Maye les diría que las estrellas son las cicatrices del universo, ignoran que las estrellas están hechas de aquello que es imposible tener.

Al socaire —el abrigo, resguardo y defensa— de esos dos titanes, atando cabos hoy digo que, para guardarse del canto de las sirenas, Puigdemont —perdón, quise decir Ulises— taponó sus oídos con cera y se hizo encadenar al mástil de su nave pirata y traidora. Pocos saben qué hacer para encontrar algo más que el inexplicable peñasco de las bufonadas catalanistas y de las alarmas españolas.

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