1965.- Ruge la marabunta26/10/2017
Como si un calvario endémico, ruge hoy la marabunta del paripé —las cosas no son, suceden, dan vértigo—. La marabunta que ruge no es la migración masiva de hormigas voraces que acometen a todo bicho viviente.
Tampoco la de aquella película clásica de aventuras ambientada en una hacienda de América del Sur en 1991 —“Cuando ruge la marabunta” está considerada como una de las mejores producciones de George Pal y uno de los clásicos indiscutibles del cine de bichos.
Galgos o podencos, la actual marabunta es la del “conjunto de personas que alborotan y arman un excesivo jaleo” —así lo define el diccionario de la Lengua de la Real Academia Española: lo consultaré con el tureganense Francisco Rodríguez Adrados, el académico de la Real Academia Española y de la Real Academia de la Historia.
Chirría ya el zumbido de los estiletes voladores del Dura lex, sed lex —"Dura es la ley, pero es la ley”— que debiera cumplirse incluso aunque resulte desfavorable.
Así que pasen cien años, qué digo, dos o tal vez menos, nadie recordará a la nación española, tan querida por algunos, tan entrañable, —¡qué entrañable la palabra “entrañable”!
Hernán Cortés llegó a Veracruz con la bandera de “Castilla”, y con la arenga victoriosa de aquella gran nación. Seis años después, hablaba de la España de aquí, la vieja Hispania de siempre, y de la de allá: la “Nueva España”, como se llamaba México hasta lo de Miguel Hidalgo, el párroco de Dolores, el del «Grito de Dolores», cuando lo de Morelos (Morelia, la antigua Valladolid, capital del Estado mexicano de Michoacán).
SPQR, Senatus Populusque Romanus, es el acrónimo de la frase latina “El Senado y el pueblo romano”, y en esta semana se la juega el SPQE, el acrónimo de “El Senado y el pueblo español” —el mismo número de senadores tiene la provincia de Madrid o la de Barcelona que la de Segovia— y, por una vez, todas las provincias de España tienen la responsabilidad y el privilegio de intentar decidir el futuro inmediato de nuestra nación.
Cuando se cuente el desastre español del 2017, se hará con la sonrisa triste que persigue sombras —por no sufrir, echaría a correr escaleras abajo aunque no tenga lágrimas para estas cosas y bien lo siento; hay cosas que sólo pueden llorarse entre tinieblas, bajo el embozo de un lugar en soledad y cuando se sabe que las montañas recorridas son más cicatrices que montañas.
Algún día, los poetas dirán que mientras fuimos teníamos magia, pero España se está convirtiendo en un museo de ecos y de sombras. Parece una de esas muñecas rusas que se preñan de sí mismas, cada vez más pequeñas, más íntimas, más lloronas, más lentas…
En el avatar de los despropósitos independentistas actuales, el presidente del Gobierno de España ha dicho “Cautela y Esperar” porque para esas cosas tan dolorosas él intenta quedarse con Epicteto y su Enquiridión —“Manual de Vida”—: “El primero y más necesario lugar de la filosofía es el de la práctica de los principios, como el no mentir.”
Hoy que tanto hemos perdido, confieso que lo de España como nación siempre me resultó entrañable, aunque “Lo inacabado no sea nada”, como escribió en su “Diario Íntimo” el ginebrino Enrique Federico Amiel —Woody Allen lo hubiera dicho mejor: “Hay que vestirse de policía y luego ponerse a saltar a la comba”.
Una hermosa palabra la palabra “entrañable”, ya dije. Baila en mi cerebro. La abrazo como la hiedra a los muros de piedra porque me emberrincha pensar en este hipotético epitafio del sarcófago de España: “Nació y murió para entronizar la integración política de los ciudadanos y las ciudadanas”.
Tengo la tentación de pedírselo a San Frutos, nuestro Patrón —“el siervo bueno y fiel que rogando sin cesar consigue bienes eternos de la infinita bondad”—, y atando cabos confieso que este escrito es una miscelánea en la que se tratan materias inconexas mezcladas en el rugido de la marabunta, donde el SPQE tiene su oportunidad y la palabra entrañable es tan entrañable que hasta se parece a la “Casa de Tócame Roque”, una legendaria vivienda madrileña, populosa, destartalada y jaranera que se hizo popular en el siglo XIX y que quedó inmortalizada en la literatura, en la pintura y hasta en el refranero.