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1963.- Los funerales de La Mamá Grande

22/10/2017

"Yo quiero conocer la mente de Dios" —escribió en cierta ocasión Albert Einstein, un físico alemán de origen judío, nacionalizado después suizo, austriaco y estadounidense que está considerado el científico más conocido y popular del siglo XX.
Hoy por hoy, la mente de Dios es un misterio irresoluble para la mente del hombre.

Si convulsa e incierta está la semana, el mes y el año, en el territorio político de lo previsible hay busilis, el quid o secreto de una cosa, como si estuviéramos vaticinado los funerales de la Mamá Grande —el título del libro de Gabriel García Márquez, “Los funerales de la Mamá grande” en realidad es el del último cuento, el número ocho, y la palabra busilis proviene de una mala traducción de la frase latina “in diebus illis dixit Jesús discipulis suis” (en aquellos tiempos dijo Jesús a sus discípulos), con que empiezan algunos pasajes de los evangelios; el libro está dedicado “al cocodrilo sagrado”.

“Hace catorce semanas, después de interminables noches de cataplasmas, sinapismos y ventosas, demolida por la delirante agonía, la Mamá Grande ordenó que la sentaran en su viejo mecedor de bejuco para expresar su última voluntad. Era el último requisito que le hacía falta para morir” —cuando leí esas palabras de Rabindranad Tagore, el Premio Nobel de Literatura del año 1913, no había leído aún el libro de Gabo, el Nobel de 1982; casi setenta años les separan en la concesión del Nobel pero aunque los dos ya hayan fallecido sus obras vivirán eternamente.

Si hace unos meses alguien me hubiera dicho que hoy el monotema político de España iba a ser la probable independencia de Cataluña, le hubiera mandado a paseo o, como en la mitología, Sísifo hubiera comenzado una guerra sin esperanza y sin cuartel —a Sísifo, el rey de Éfira, por revelar que Zeus había secuestrado a Egina le castigaron a hacer rodar con su cabeza y empujando una gran roca cuesta arriba, que continuamente se precipitaba hacia abajo, un tema frecuentemente representado como metáfora del esfuerzo inútil del ser humano.

Pienso en Puigdemón y sus adláteres, incluida las jacarandosa Anna Gabriel —“Soy una puta, traidora, amargada y mal follada”, explicó, no recuerdo con qué pretexto, el 27 de enero de este año en la Plaza del Rey en Barcelona— Nada que ver esta mujer singular con Xavier Gabriel, el propietario de La Bruja de Oro de Sort, un municipio de Lérida, la administración de venta de lotería de Navidad líder en España, que no es independentista pero que se ha visto forzado a trasladar su negocio fuera de Cataluña.

Un escalofrío me recorre el ánimo al pensar en el título de este artículo, y me pregunto si España, nuestra Mamá Grande, está ya de funerales —la Mamá Grande de ese adorable libro de García Márquez tenía 92 años y “murió en olor de santidad un martes del septiembre pasado y a los funerales vino el Sumo Pontífice”, que cada cual lo interprete como le venga en gana porque cuando finalicen los desatinos, tal vez haya encuentros en el futuro y los ficciones no se conviertan en cuentos de usar y tirar.

Las relaciones de Cataluña y el resto de España son otro cantar, pero atando cabos hoy quiero aclarar para rebajar la melancolía del escenario que “el cocodrilo sagrado” a quien va dedicado el libro “Los funerales de la Mamá Grande” se refiere a Mercedes Barcha, la hija de un boticario, la mujer con la que García Márquez se casó en 1958 y a la que había propuesto matrimonio cuando él tenía trece años, y ella solo nueve. Cincuenta y seis años estuvieron “amarraditos los dos, espumas y terciopelo, tú con un recrujir de almidón y yo serio y altanero, la gente nos mira con envidia por la calle, murmuran las vecinas, las amigas y el alcalde”, y etecé —¡Tantas veces escuché a María Dolores Pradera, no recuerdo si por entonces seguía casada con Fernando Fernán Gómez, esa canción en la casa de mi amigo Juan Barreiro de Las Llanderas!, la misma “Casa de las Flores” que cuando en 1934 Pablo Neruda, un mujeriego empedernido, fue nombrado cónsul en Madrid su amigo Rafael Alberti le instaló en ese domicilio para vivir y para lo que fuera menester.

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