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1947.- El furancho catalán

25/08/2017

En el descansillo final de la escalera de las vacaciones estivales acudo a la presentación de un libro de Ulises Bértolo titulado "ORTODOXIA, cuando la muerte no es un número al azar" (un thriller que recorre el Camino de Santiago y que me lo firmó y dedicó cariñosamente. "A mi padre y su Ford Capri", dice la dedicatoria oficial, y en el capítulo trece, titulado "Soldaditos de plomo", el autor desgarra sus sentimientos explicando el encuentro con los avatares de su vida personal en un escenario para mí inolvidable pues allí José María Díaz, el entonces deán de la catedral, bautizó a mi hijo Ricardo: la capilla de la catedral de Santiago conocida como Santa María de la Corticela.
En la presentación del libro de Bértolo me acosó el recuerdo de un libro que escribí casi por despecho hace muchos años, que titulé "El fin", y que una vez concluido lo arrojé hecho trizas al contenedor amarillo para que se perdiera el rastro de aquellos pensamientos que yo consideraba superfluos y un camino falso de mi vida convertido en barbecho improductivo.
Tras la presentación del libro de Ulises, me dirigí a cenar con la familia en un furancho: una casa particular con una zona habilitada para que los visitantes puedan degustar el vino propio de la casa acompañándolo de manjares caseros: tortillas de patata hechas con huevos de las gallinas de la casa, empanada, caldeiro, zorza (en otros sitios, a la zorza se la llama picadillo de chorizo, jijas; en mi pueblo, "chichas"), chorizo, quesos..., en una palabra, comida casera con productos teóricamente propios. Los furanchos también se llaman loureiros.
En aquel furancho de Seixalvo en el concejo de Sanxenxo, había un llenazo de clientes. Allí, los chipirones y los demás productos, incluidos los postres, son una delicia para el paladar. Un sitio grande con bastantes mesas y con muy buen ambiente. Comida sabrosa, raciones generosas, postres y los licores de la casa, precio económico y, en este caso, en las paredes no hay dibujos de Castelao, como ya conté hace unos días refiriéndome a otro furancho gallego —Alfonso Daniel Manuel Rodríguez Castelao (1886/1950) fue un narrador, ensayista, dibujante y político español considerado como uno de los padres del nacionalismo gallego y la figura más importante de la cultura gallega del siglo XX—. Aquí, solo paredes de granito casi desnudas y con un pequeño jardín privado con fuentecillas rudimentarias la mar de sugerentes.
Los furanchos son santuarios excelentes de la cultura culinaria de un pueblo diferente y diferenciado. Así dice su himno oficial en lengua gallega: "¿Qué din os rumorosos na costa verdecente ao raio transparente do prácido luar? ¿Qué din as altas copas de escuro arume arpado co seu ben compasado monótono fungar?", y etecé.
Cuando intento entrever el futuro peregrino de una España unida, me “alquilo para soñar”, como el título del cuarto de los cuentos escritos por García Márquez que conforman el libro Doce cuentos peregrinos. “Era un desconocido más en la ciudad de los desconocidos ilustres”, me lo cuenta Gabo en “Buen viaje, señor presidente”, el primero de esos doce “Cuentos Peregrinos”.
Con el pretexto de los atentados islamistas en el furancho catalán, los políticos gaznápiros y peinabombillas independentistas intentan capitalizar sus ideales para sacar tajada del desconcierto y el dolor del pueblo. Algo parecido a la reflexión poética que en "La voz a ti debida" hizo el madrileño Pedro Salinas: "No quiero que te vayas dolor, ultima forma de amar. Tu verdad me asegura que nada fue mentira".

En el manipulador furancho político catalán sirve el consejo del antedicho Castelao: "Huid siempre de los tontos. No os acerquéis a ellos, porque pueden robaros algo de vuestra razón y transmitiros su tontería. Dejadlos pasear, hablar, danzar y crecer en su mundo. Y si algún tonto llega a ser autoridad no os asombréis, porque pueden robaros algo de vuestra razón y transmitiros su tontería. Dejadlos pasear, hablar, danzar y crecer en su mundo. Y si algún tonto llega a ser autoridad no os asombréis, porque son cosas del sistema que combatimos y de los tiempos en que nos tocó vivir".
Atando cabos, concluyo que la ley de la cosecha es cosechar más de lo que se siembra y que muchas personas a menudo se encuentran con su destino en el camino que tomaron para evitarlo.

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