1930.- Doña Inés del Tenorio24/04/2017
Cuando el general Pavía, capitán general de Castilla la Nueva cuya jurisdicción incluía por entonces a Madrid y su provincia, entró sable en mano sobre un brioso caballo árabe acompañado de un mogote de guardias civiles en el Congreso de los Diputados, la realidad asegura que Manuel Pavía entró en el hemiciclo a pie y no a caballo. Aquel día, los diputados estaban votando en el Congreso quién debía sustituir a Emilio Castelar, el entonces Presidente de la Primera República española: el último jefe de Estado de “La Gloriosa”.
Sucedió el 3 de enero de 1874 durante la Primera Republica Española. Pavía ocupó el edificio del Congreso de Diputados para impedir que Emilio Castelar fuera desalojado del Gobierno —mutatis mutandi, como la intentona golpista del 23 de Febrero de 198l cuando el teniente coronel de la Guardia Civil Antonio Tejero Molina, tricornio en la cabeza y en su mano derecha una pistola ASTRA 300 de 9mm corto mientras gritaba «¡Quieto todo el mundo!», y sus acólitos disparaban al techo del hemiciclo subfusiles Zeta 70B y CETMES de aquella época.
Con el advenimiento en 1873 de la Primera República española, Castelar fue nombrado ministro de Estado, después presidente del Congreso de los Diputados y por último Jefe del Estado (presidente de la República). Durante la Restauración borbónica, volvió a su escaño en las Cortes desde posiciones próximas al Partido Liberal. La historia cuenta que como Castelar no aceptó seguir en el poder por medios antidemocráticos —una vez más, las armas y las palabras: la guerra y la oratoria—, el general Pavía reunió a los partidos contrarios a una república federal y decidieron proclamar al general Francisco Serrano regente, presidente del Consejo de Ministros y último presidente del poder Ejecutivo de la Primera República Española.
Durante el reinado de Isabel II, Emilio Castelar militó en la oposición a la monarquía al tiempo que impartía clases de Historia en la Universidad de Madrid. Uno de sus artículos le costó la cátedra, siendo condenado a muerte en 1865. Consiguió escapar al exilio en París pero regresó a España con la Revolución de 1868 que destronó a Isabel II. Ya en suelo español, se opuso al Gobierno provisional del general Juan Prim, héroe de guerra y presidente del gobierno durante la revolución de 1868 y que fue tiroteado y muerto en las calles de Madrid el 27 de diciembre de 1870.
Suele decirse que Emilio Castelar (1832/1899) fue uno de los mejores oradores de nuestra historia. Tan admirable como en su día Demóstenes en Grecia (384/322 antes de Cristo), Cicerón en Roma (106/43 antes de Cristo) y Juan Crisóstomo en Antioquía (347-407) —a éste, le llamaban "boca de oro" o “piquito de oro”.
Aunque jamás hizo pública su orientación sexual, la prensa satírica de la época llamaba a Castelar “Doña Inés del Tenorio”. Con poco más de cincuenta años conoció a Lázaro Galdiano, un joven navarro de apenas veinte primaveras del que se enamoró locamente. La relación fue tan intensa como breve; la diferencia de edad dificultó fatalmente la relación amorosa. Emilio murió con 63 años, y Lázaro, su joven amigo, se casó con una acaudalada viuda argentina que le ayudó en su afición de coleccionista y mecenas artístico. Enviudó en 1932, comenzó a viajar solo y residió durante varios años fuera de España, principalmente en París y Nueva York, capitales en las que formó nuevas colecciones incorporadas posteriormente a la que había realizado en Madrid —murió el 1 de diciembre de 1947 en su residencia de Parque Florido dejando como único heredero de todos sus bienes al Estado español.
Ya no están las calles de España ocupadas por nazarenos, vírgenes, verónicas, magdalenas, cireneos… España no es hoy un desfile de encapuchados, mantillas negras y turistas que nada entienden pero que disfrutan enloquecidos (para ellos, una charlotada interpretada por gentes delirantes), y atando cabos hoy digo que el buen orador, incluido doña Inés del Tenorio, emplea muchas horas y varios días en preparar un buen discurso aparentemente improvisado, y que la relación entre doña Inés del Tenorio y Lázaro Galdiano fue tan intensa como breve.