1929.- Nadie debería morir22/04/2017
En la antigua Grecia se escribían epigramas en las puertas de los edificios importantes, en los dinteles de los mausoleos y a los pies de las estatuas. Se pretendía conmemorar un suceso o la vida de una persona que hubiera intentado cambiar la historia para que nadie se olvidara de su paso por la Tierra.
Los epigramas son composiciones poéticas breves que expresan un pensamiento festivo o satírico. Los epitafios de las tumbas suelen ser epigramas.
“Fue hombre honrado, leal amigo, perfecto caballero y amante padre de familia”, indicaba el epitafio de una de las tumbas del castillo de Turégano cuando en el interior de sus murallas se encontraba el cementerio de la parroquia de San Miguel —en el año 1988, a quien esto escribe se le concedió el Premio Eloísa de Periodismo por un artículo titulado “Un castillo para morir” publicado en El Adelantado de Segovia—. Aquellos epitafios ya desparecidos necesitan de la ayuda de los recuerdos infantiles para ser recordados y descifrados: “En un jardín frondoso diz que había,/ resguardada del sol y sus rigores,/ una flor cuya aroma y ambrosía/ era el encanto de las demás flores./ Mas por descuido lamentable un día,/ al caer de la tarde los albores,/ cayó la flor, perdió la lozanía,/ con asombro de los admiradores. /Su alma al cielo fue, y su tallo inerte/ aquí yace tras esta losa fuerte. A mi sobrina, fallecida de la pisada de un buey. G.B.G.” —las siglas “GBG” correspondían a Gregorio Borreguero García, el hermano mayor de mi abuelo paterno enterrado también en aquel camposanto.
“No es que me asuste la muerte. Es tan sólo que no quiero estar allí cuando suceda”, escribió no sé dónde Allan Stewart Königsberg (Woody Allen), un director, guionista, actor, músico, dramaturgo, humorista y escritor estadounidense.
Noventa de cada cien noticias se refieren a la muerte, maldita muerte, jodida muerte, un desacierto inevitable —“La muerte no existe, la gente sólo muere cuando la olvidan; si puedes recordarme, siempre estaré contigo”, escribió en su libro “Eva Luna” Isabel Allende, una escritora chilena que también cuenta con la nacionalidad estadounidense.
“Lo único que nos separa de la muerte es el tiempo”, escribió Ernest Hemingway en el año 1961 antes de darse un tiro en la nuca —aunque muchos duden de ese suicidio y una de las teorías que más barajan los escépticos es que la relación que tuvo Hemingway con el FBI se convirtió en una persecución que le llevó a acabar con su vida.
“He meditado a menudo sobre la muerte y encuentro que es el menor de todos los males”, solía decir el inglés Francis Bacon (1561-1626), uno de los pioneros del pensamiento científico moderno —sus escritos suelen englobarse en tres categorías: filosófica, literaria y política.
Recuerdo algunas deliciosas novelas de Frank Slaughter, un excelente escritor norteamericano nacido en Washington en 1908 y fallecido en Florida en el 2001: "El Cirujano del Aire", “Mujeres de blanco”, “Autopsia de una traición”, “No hay amor más grande”, “La espada y el bisturí”, “Epidemia a bordo”, y muy especialmente la novela “Nadie debería morir” que da título a mi primer atando cabos de la Pascua Florida de 2017.