1923.- El canto del ruiseñor09/03/2017
Ya llegaron las cigüeñas a nuestros campanarios. Canta la calandria y responde el ruiseñor. Huele a primavera.
No hablo del cántico de El ruiseñor y la rosa, un cuento escrito por un poeta, escritor y dramaturgo que se llamaba Oscar Wilde:
Un ruiseñor vivía en el jardín de una casa. Todas las mañanas una ventana se abría y un joven comía su pan mientras miraba la belleza del jardín. Siempre caían migajas de pan en el antepecho de la ventana. El ruiseñor comía las migajas creyendo que el joven las dejaba a propósito para él. Así, creció un gran afecto por aquel que se preocupaba en alimentarlo aunque sea con migajas. Un día el joven se enamoró pero al declararse su amada impuso una condición para retribuir su amor: Que a la mañana siguiente él le trajese la más linda rosa roja… El ruiseñor habiendo escuchado la conversación quedó con pena por la desolación del joven. Tenía que hacer algo para ayudar a su amigo a conseguir la flor. Entonces el ave buscó al Dios de los pájaros, quien le dijo:
—Tú puedes conseguir una rosa roja para tu amigo… pero el sacrificio es grande y podría costarte la vida.
—No importa —respondió el ave—. ¿Qué debo hacer?
—Bien, tendrás que encaramarte en un rosal y allí cantar la noche entera, sin parar. El esfuerzo es muy grande; tu pecho puede no aguantar…
—Así lo haré, respondió el ave. ¡Es para la felicidad de un amigo!
Cuando oscureció, el ruiseñor se encaramó en medio de un rosal que quedaba enfrente de la ventana del joven. Allí se puso a cantar su canto más alegre, pues precisaba esmerarse en la formación de la flor. Una gran espina comenzó a entrar en el pecho del ruiseñor y cuanto más cantaba, más entraba la espina en su pecho… Por la mañana, al abrir su ventana, el joven se detuvo delante de la más linda rosa roja, formada por la sangre de aquel ruiseñor que se clavó en el corazón una espina para ofrecer a su aligo una rosa roja (…)
Si alguien me preguntara el porqué de mi apasionamiento por la belleza de un cuento tan melancólico, no le respondería. Su autor me enseñó que «Las preguntas nunca son indiscretas. Las respuestas, sí». También decía “Sé tú mismo, el resto de los papeles ya están cogidos».
Si Oscar Wilde me llena el corazón de tristeza, muchos siglos antes un español anónimo escribió el Romance del prisionero, dieciséis versos octosílabos preñados de sufrimiento y nostalgia: “Que por mayo era, por mayo,/ cuando hace la calor, / cuando los trigos encañan / y están los campos en flor, / cuando canta la calandria / y responde el ruiseñor, / cuando los enamorados / van a servir al amor; / sino yo, triste, cuitado, / que vivo en esta prisión; / que ni sé cuándo es de día / ni cuándo las noches son, / sino por una avecilla / que me cantaba el albor. / Matómela un ballestero; / déle Dios mal galardón.”
Aunque en la catedral de Burgos haya un Papamoscas que es un autómata que a todas las horas en punto abre la boca y al tiempo mueve su brazo derecho para accionar el badajo de una campana, atando cabos hoy digo que los ruiseñores pertenecen a la familia de los "papamoscas" porque son de pequeño tamaño, patas cortas, alas largas y con pico ancho y corto que les permite la caza en vuelo a los insectos que ingiere. Dicho así, suena a chino, pero a los ruiseñores que hoy quiero traer a este escenario se les conoce por su fuerte canto, con un registro maravilloso de silbidos, borboteos y otros sonidos. Se dice que es el canto más bello de la naturaleza.