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1919.- Martingalas y quimeras

28/02/2017

La martingala es la cabezada o brida que une la cincha con la muserola de los caballos y que sirve para evitar que levanten la cabeza más de la cuenta y los jinetes no pierdan el contacto con la embocadura porque las riendas llegan siempre desde la misma dirección. Desde un tipo de proceso “escotástico” —que está sometido al azar y que es objeto de análisis estadístico—, la estrategia de la martingala es un método de apuestas que consiste en ir doblando y doblando la apuesta hasta hacerte rico o arruinarte.

Si el pasado miércoles escribí sobre sueños y ensueños, “en mi pluma de estar con el alma en vilo” se ubican hoy martingalas y quimeras.
"Dios existe, pero a veces duerme: sus pesadillas son nuestra existencia", escribió Ernesto Sábato, un argentino que además de escritor fue físico y pintor; su "Sobre héroes y tumbas", la segunda novela del escritor argentino, publicada en 1961, es como si uno se encontrara de pronto con Baudelaire y su obra “Las flores del mal”: "¡La muerte, ay! nos consuela y nos hace vivir", es el primer verso del primer cuarteto del soneto número 22 de Baudelaire, uno de los más bellos de ese gran poeta, ensayista, crítico de arte y traductor francés al que Paul Verlaine incluyó entre los poetas malditos de Francia por su vida bohemia y de excesos y por la visión del mal que impregna toda su obra.

Charles Pierre Baudelaire murió el 31 de agosto del año 1867 y también ese día pero de 130 años después falleció, en un accidente automovilístico en el interior del Puente del Alma de París, Diana, la princesa de Gales, Lady. También falleció su compañero Dodi Al-Fayed y su chofer Henri Paul, el único sobreviviente fue el guardaespaldas de Al-Fayed. Una pesadilla muy especial para la reina de Inglaterra y para Mohamed Al-Fayed, el padre de Dodi. Los almacenes Harrods, el Banco Harrods, la inmobiliaria Harrods, y la línea aérea Harrods tienen este lema: «Omnia Omnibus Ubique» —«Todo para todo el mundo en todas partes», o sea, una quimera y una martingala.

Puestos a recordar fechas y aniversarios, trota hoy la deliciosa quimera de un burrito nacido hace cien años. Se llamaba Platero y era pequeño, peludo y suave. Tan blando era por fuera, que se diría todo de algodón, que no llevaba huesos. Sólo los espejos de azabache de sus ojos eran duros cual dos escarabajos de cristal negro. A Juan Ramón Jiménez, su autor, le concedieron el Premio Nobel de Literatura en el año 1956 “por el conjunto de su obra, designándose como trabajo destacado de la misma la narración lírica Platero y yo”, o sea, por haber escrito una asombrosa quimera hace ahora un siglo.
Cuando pienso en Cervantes, Juan Ramón, Baudelaire, Verlaine, Sábato, Velázquez, Goya, Picasso (…) y en todos los genios y genialidades de las manifestaciones artísticas, me asalta el “Síndrome de Stendhal”, un referente de la reacción romántica ante la acumulación de belleza y las alucinaciones aparatosas del goce artístico. Así lo expresó Stendhal, un señor que en realidad se llamaba Henri-Marie Beyle, cuando visitó la basílica de la Santa Cruz de Florencia —«Había llegado a ese punto de emoción en el que se encuentran las sensaciones celestes dadas por las Bellas Artes y los sentimientos apasionados. Saliendo de Santa Croce, me latía el corazón, la vida estaba agotada en mí, andaba con miedo a caerme», escribió.

Aunque los éxitos más grandes no sean los que hacen más ruido sino nuestras horas más silenciosas, atando cabos digo que si las pesadillas de Dios son nuestra existencia (“todo para todo el mundo en todas partes”), la quimera de Platero es tan portentosa como la martingala de Rocinante, el caballo de don Quijote, y el ramal del Rucio de Sancho Panza, un asno sin nombre del que Cervantes solo escribió que era de color “rucio”, o sea, pardo claro, blanquecino o canoso.

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