1911.- Ángeles dormidos12/01/2017
A pesar del sueño de los ángeles dormidos, mientras en las cárcavas lloran los lagartos, melancólicos como perros perdidos en la montaña de los lobos, los cuerpos y las almas de los humanos siguen luchando por sobrevivir.
Lo escribo en la festividad de San Raimundo de Peñaflor que, según cuenta el "Taco del Calendario del Corazón de Jesús", es el patrón de los juristas, de los abogados y de los Colegios de Abogados.
Desde su juventud, Raimundo destacó en derecho eclesiástico y derecho civil. Fue confesor del rey Jaime I de Aragón, casado con Leonor de Castilla, e intervino en el divorcio de ambos.
Lo supe al amanecer del día de los Reyes Magos —los de la ERC, la CUP y sus cómplices de Podemos aseguran que el de Peñaflor fue el inventor de la Estelada y el que inspiró, más de mil años después de muerto, el actual himno catalán Els Segadors (Los segadores): “Catalunya, triomfant, tornarà a ser rica i plena! Endarrera aquesta gent tan ufana i tan superba! (…) Ara és hora, segadors!
Ara és hora d estar alerta! Per quan vingui un altrejuny Vesmolem ben bé les eines!...
(Cataluña, triunfante, ¡volverá a ser rica y plena! ¡Atrás esta gente tan ufana y tan soberbia! (…) ¡Ahora es hora, segadores! ¡Ahora es hora de estar alerta! Para cuando venga otro junio ¡afilemos bien las herramientas!...).
Un par de noches antes, la de las cabalgatas de los Reyes Magos, se había convertido en la de los desfiles de Carnaval: unas algaradas volatineras con los ángeles dormidos en algún lugar de los recuerdos (cada persona, su ángel de la guarda. Cada país, su ángel custodio).
Hasta desaparecer de un plis plas más o menos histórico, había ángeles de varias jerarquías. Los Serafines, Querubines y Tronos pertenecían a la Primera Jerarquía (los Serafines eran los encargados del trono de Dios, los Querubines, los guardianes de la luz y las estrellas, los Tronos, los portadores del don de la perseverancia y su deber era transportar el trono de Dios por el paraíso). Las Dominaciones, las Virtudes y las Potestades pertenecían a la Segunda Jerarquía. Los Principados, Arcángeles (Miguel, Rafael y Gabriel; algunos añaden otros cuatro) y los Ángeles pertenecían a la Tercera Jerarquía, la menos importante y más alejada del Altísimo: la encargada del mundo de los hombres.
Aunque nunca me dice cuál es su verdadero nombre y mucho menos cuál es su sexo, con uno de esos ángeles, “el de mi guarda, dulce compañía, no me desampares ni de noche ni de día”, tengo especial relación porque vela mis sueños para que en ellos no aparezcan veleidades imposibles.
El Sexo de los Ángeles es un delicioso minicuento de Mario Benedetti. Así dice, extractando: “Una de las más lamentables carencias de información que han padecido los hombres y mujeres de todas las épocas, se relaciona con el sexo de los ángeles. El dato, nunca confirmado, de que los ángeles no hacen el amor, quizá signifique que no lo hacen de la misma manera que los mortales. Otra versión, tampoco confirmada pero más verosímil, sugiere que si bien los ángeles no hacen el amor con sus cuerpos (por la mera razón de que carecen de los mismos) lo celebran en cambio con palabras, vale decir con las adecuadas… Si Ángel, para abrir el fuego, dice: “Semilla”, Ángela, para atizarlo, responde: “Surco”. Si Él dice: “Alud”, ella, tiernamente dice “Abismo”… Si Ángel dice “Madero”, Ángela dice “Caverna”… Cuando Ángel dice “Estoque”, Ángela, radiante, dice “Herida”, Si Él dice “Tañido”, ella “Rebato”. Y en el preciso instante del orgasmo ultraterreno, los cirros y los cúmulos, los estratos y nimbos, se estremecen, tremolan, estallan, y el amor de los ángeles llueve copiosamente sobre el mundo.”
Atando cabos digo que en mi trinchera de los ensueños el relato de Benedetti, un escritor, poeta y dramaturgo uruguayo que murió hace casi diez años, es demasiado bello para ser verdad, que Raimundo de Peñaflor nada tiene que ver con Cataluña, y que en el Solsticio de Invierno de la Navidad, con Reyes Magos o con carnestolendas paseándose por nuestras calles, a pesar del sueño de los ángeles dormidos los cuerpos y las almas de los humanos siguen batallando por sobrevivir.