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1907.- La lotería de Sócrates

26/12/2016

A pesar de ser analfabeto, a Sócrates le tocó la lotería de la fama y la cordura. Como por entonces la sidra el gaitero estaba en desuso, solo le faltó brindar con un ouzo elaborado a partir de la grapa y con cierto gusto a anís.

Sócrates no es una fantasía. Lo de la cicuta, no es un cuento chino. Lo del “solo sé que no sé nada”, con perdón de los eruditos a la virulé, yo entre ellos, es una payasada.
Lo cuento mientras los niños y niñas del Colegio de San Ildefonso colaboran en el gran negocio que cada año monta el Estado haciéndoles cantar números y premios; esta vez en el mismísimo Teatro Real de Madrid, uno de los monumentos más emblemáticos de la ciudad y uno de los teatros de la ópera más importantes de España y Europa.

Sócrates está considerado como uno de los personajes más significativos de la filosofía occidental y de la universal. Fue el maestro de Platón, quien tuvo a Aristóteles como discípulo —los tres son los representantes fundamentales de la filosofía griega—. Era un analfabeto que hablaba en la plaza pública y desarrollaba los temas más profundos relacionados con el hombre. De él afirmó el oráculo de Delfos —un Rapell, una Aramis Fuster o un Octavio Aceves oficiales— que era el más sabio entre los hombres de su tiempo.
A Sócrates no le sucedió como a aquel coronel de la novela de García Márquez que no tenía quien le escribiera. Lo que dicen que dijo lo escribieron sus amigos y sus discípulos. Una persona controvertida que nació casi 500 años antes de Cristo de padre escultor y madre partera, no ha dejado nada escrito, y todo cuanto de él sabemos nos ha llegado por el premio gordo de la lotería que le cayó al encontrarse con su discípulo Platón, su apasionado admirador Alcibíades, su adversario Aristófanes y su amigo Jenofonte.
Un señor que va por todas partes preguntando a todo quisque qué es la virtud, qué es la verdad, qué es la justicia, qué es un buen gobierno y qué deben estudiar los que aspiran a gobernar, aunque tuviera una gran acogida popular hoy parecería un chiflado caradura.
Platón, en su diálogo “Fedón o sobre la inmortalidad del Alma”, cuenta que las últimas palabras de Sócrates antes de tomar la cicuta fueron "Critón, debemos un gallo a Esculapio; no te olvides de pagar esta deuda”, o sea, que al menos pedía a sus amigos que pagaran lo que se debía.
El castigo impuesto a Sócrates por "corromper a la juventud ateniense” fue abandonar la ciudad, dejar de filosofar o morir bebiendo la cicuta. Sócrates fiel a sus principios, prefirió el suicidio a tener que abandonar su modo de vida callejera.
Los desvelos de Xantipa, la esposa de Sócrates y madre de Lamprocles, Sofronisco y Menexeno, sus tres hijos, es una conducta que dice poco del amor y el esfuerzo por los suyos de aquel filósofo vagabundo. Vivía en la pobreza, caminaba descalzo, casi siempre con la misma túnica inmunda, y no acostumbraba a bañarse. Xantipa no comulgaba con esos hábitos de su marido y no soportaba la relación íntima de Sócrates con Alcibíades, considerado el más bello joven de Atenas, una práctica sexual de lo más común en la antigua Grecia.

Xantipa siempre fue descrita como una reñidora insoportable.

Le vejaba públicamente pero, a su manera, Sócrates la amaba y estaba agradecido por ser ella quien más le ayudaba en sus esfuerzos en el camino del autoconocimiento y del autodominio.

“En compañía de Xantipa estoy aprendiendo a adaptarme al resto de la humanidad” —dicen que en alguna ocasión dijo aquel sabio vagabundo, y que añadió:— Por tanto, sea como fuere, cásate. Si eliges una buena mujer, serás feliz. Si eliges una como la mía, serás filósofo.

Atando cabos digo que la mejor lotería de Sócrates tal vez fuera el haberse emparejado con Xantipa, una joven de 20 años con quien se casó cuando él tenía 60. Era una arpía insoportable en lugar de una esposa solícita y una madre dedicada, pero quizás fue la persona que más contribuyó para lo que Sócrates más deseaba en la vida: la utopía del autoconocimiento.


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