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1883.- El último suspiro

03/09/2016

Una locomotora puede ser más hermosa que un cuadro de Velázquez, y sé que lo dicho es una provocación de Luis Buñuel destinada a poner al lector en guardia sin bajar la guardia. Los sueños no son ensueños sino su trampantojo, pero en algo se asemejan a este otro ejemplo de provocación extraído del mismo manantial: “Cierto día, en una manifestación celebrada en Madrid, unos obreros atacaron violentamente a unos sacerdotes hiriendo gravemente a varios transeúntes y rompiendo escaparates”.
La misma noticia así quedó expuesta en una importante revista de ideología contraria: "Ayer por la tarde, un grupo de obreros subían tranquilamente por la calle de la Montera de Madrid cuando por la acera contraria vieron bajar a dos sacerdotes y ante tal provocación los obreros reaccionaron violentamente y apedrearon a los clérigos hasta dejarles medio muertos.” —Aclaro que he extraído el incidente, palabra por palabra, de las Memorias de Luis Buñuel tituladas Mi último suspiro.
Ya de entrada, el cineasta de Calanda explica que la memoria es frágil y vulnerable. Que no está amenazada solo por el olvido, su viejo enemigo, sino también por los falsos recuerdos que van invadiéndola día tras día —casi lo que en España sucede en este septiembre loco donde nuestra memoria histórica está invadida por la imaginación y el ensueño que intentan construir una verdad con los materiales de una mentira; “Aunque esa confusión tenga solo una importancia relativa ya que tan vital y personal es la una como la otra”, explicaría hoy Buñuel.
El último capítulo de las memorias del cineasta se titula “El canto del cisne”. Allí se recoge una encuesta que al parecer demuestra que de setecientos mil científicos altamente cualificados que en la actualidad trabajan en el mundo, quinientos mil se esfuerzan por mejorar los medios de muerte para destruir la Humanidad. Solo ciento ochenta mil tratan de hallar métodos para nuestra protección —Se sabe que los cisnes no cantan nunca, que producen un sonido parecido a un graznido, como un ronquido sordo, pero la cultura popular sostiene que, justo antes de morir, los cisnes emiten un canto melodioso como premonición de su propia muerte.

Buñuel escribió o le escribieron sus Memorias en el año 1982. Él confiesa: “No soy un hombre de letras pero tras largas conversaciones, Jean-Claude Carrière, fiel a cuanto yo le conté, me ayudó a escribir este libro” —En eso, quien esto escribe tiene cierta experiencia por haber servido de “negro escribidor” a varias personas y a algunos personajes. Por decir, hasta Alejandro Dumas padre, que era negro, buscó un blanco, Auguste Maquet, para que le escribiera El Conde Montecristo y algunas novelas más. Ciento treinta y dos años después, Alejandro Dumas fue inhumado en el Panteón de Hombres Ilustres de Francia, entre Victor Hugo y Émile Zola, pero de la sepultura de Auguste Maquet, su escribidor, ni se sabe ni se sabrá; fue enterrado sin pena ni gloria y sus huesos descansan probablemente en una tumba colectiva.

El autor del pasquín con el que inicié este manifiesto (“una locomotora puede ser más hermosa que un cuadro de Velázquez”) se llamaba Filippo Tommaso Marinetti, un poeta, escritor, dramaturgo y escritor de ciencia ficción que pasará a la historia como “creador de manifiestos”. Llegó a ser miembro de la Academia de Italia y se convirtió en el poeta oficial del régimen de Mussolini.
Atando cabos digo que es posible que el pasquín “una locomotora puede ser más hermosa que un cuadro de Velázquez” manifieste una patética verdad en el contexto de este septiembre loco del 2016 en el que la memoria está invadida por la imaginación y el ensueño de algunos dirigentes que emiten su canto del cisne como premonición de su propia muerte. Los unos y los otros —los paladines del canto del cisne y los del trampantojo con que se engaña al personal haciéndole creer que ve algo distinto a lo que en realidad ve— acabarán por convertir en verdades sus mentiras. Los primeros, los del nombre con renombre y gloria con vanagloria, serán sepultados en panteones de personajes ilustres. Los segundos, los trampantojos sin pena ni gloria creadores de manifiestos y pasquines, acabarán inhumados con el disfraz del silencio que en el último suspiro del folletín amordaza a las personas de nombre sin renombre.

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