1870.- Boliños náufragos 06/07/2016
Para el populismo, gestionar los problemas y las situaciones es un boliño náufrago; los boliños (bolinhos de bacallau en portugués) están a medio camino entre las croquetas y los buñuelos, una pasada.
—Vamos a debatir un tema que a todos nos preocupa —explicó un señor que se hacía llamar Caballo Loco, que nada tenía que ver con el auténtico Caballo Loco y que añadió como si un mensajero de la paz hispana—: Tenéis que aprobar lo que alguien me ha dejado escrito dentro del sobre cerrado que se os entregará al finalizar el debate. ¡Está escrita la respuesta!
—¿Algo más, bwana?
—Sí, comparsitos. Olvidé explicar que la forma de conjurar el populismo consiste en gestionar correctamente los aspectos clave que se engloban dentro de la vida nacional hispana. Para eso estoy yo y mis ladrones de palabras —explicó el falso Caballo Loco, un pretencioso.
—¿Puedo hacer una pregunta? —indicó uno de los comparsitos levantando tímidamente su mano izquierda redentora de agravios históricos.
—Por supuesto, don Luis Beltrán Enrique.
—¿Puedo yo también? —curioseó el señor Genaro tímidamente, como si un mosquito en terreno ajeno y levantando tímidamente la misma mano que don Luis Beltrán Enrique.
—Por supuesto, tú también, que todos somos de la misma pasta aunque de diferente hornada. ¡A las dos preguntas, sí!
—Si no hemos preguntado nada, bwana —inquirieron al unísono, mirándose como si cómplices del mismo mejunje, don Luis Beltrán Enrique de la Varga y las Especias y el señor Genaro Pérez López.
—Por eso os dije que estoy totalmente de acuerdo. A este debate postizo no se viene a pensar sino a aplaudir. En el sobre que se os entregará a la salida está escrita la respuesta que los ladrones de palabras han decidido suministrar para conseguir un informe axiomático. Vivir bien poco tiempo tiene que ver con vivir más en la calle que en los despachos.
Los boliños náufragos se abrazan para morir juntos: náufragos como elefantes en una cacharrería; náufragos que se sienten héroes por haber salvado a un gatito subido en un árbol del parque; muros de papel y tabiques de granito que buscan la posteridad en los espejos con telarañas y en las cornucopias sediciosas...
Como las grullas del invierno en anteriores primaveras, los boliños náufragos de hoy están a punto de disgregarse por culpa de su ambición desmedida. Padecen el síndrome monclovita. Su canto de trompeteos fuertes y resonantes se escucha ya en los refugios mediáticos.
Al tiempo, los comparsitas de la misma pasta pero de diferente hornada no dejan de mirarse el ombligo a la espera de los ladrones de palabras que asisten al festejo con una cacerola de boliños de bacalao con reducción de hiel; el auténtico Caballo Loco nunca supo de esos mejunjes.
—El grosor del conjunto de todas las ramas de los árboles en cada fase de su altura es igual al grosor de su tronco —escribió Leonardo da Vinci en sus Cuadernos de Notas; mi padre también lo sabía y lo decía.
Al genuino Caballo Loco todo el mundo le amaba. Sus ojos atravesaban los ojos de los demás. Cuando el pueblo se dolía de hambre, él dejaba de comer. A los 20 años era ya muy conocido por su coraje. El 5 de septiembre de 1877 hizo resistencia mientras era conducido al calabozo y en el forcejeo un soldado le clavó su bayoneta en el pecho. No tendría más de treinta años cuando murió. Al enterarse, el pueblo lloró esa noche y todas las siguientes.
Atando cabos digo que no se puede asegurar con certeza cómo era físicamente el auténtico Caballo Blanco. ¡Era un boliño náufrago que nunca se dejó fotografiar! Así la historia del entonces, la situación del hoy y los presagios del mañana que en paz descanse.