1863.- El sorpasso del calamar26/05/2016
La esperanza es un riesgo que hay que correr. Me lo contó Georges Bernanos en "Los grandes cementerios bajo la luna", o tal vez en "El diario de un cura rural", cualquiera sabe.
Unos dicen que la esperanza resucita de las cenizas de los sueños rotos igual que el ave fénix, y otros, que la esperanza es el pan de los pobres.
No me seducen los fracasos pero sí escucho y admiro a los fracasados. Tienen la oportunidad de cambiar el pasado. No son hormigas condenadas a ser siempre hormigas. Son el activo más importante que posee la especie humana. El fracaso es un eficaz artilugio del pasado obsoleto para intentar conquistar un futuro ganador.
El pasado domingo felicité al Sevilla Fútbol Club y a sus gladiadores porque supieron perder la final de la Copa del Rey. A los púgiles del Barsa, que les felicite Rita la cantaora, una famosa de los cafés cantantes de otra época —citar a "Rita la Cantaora" es auto descartarse para «parar, templar y mandar» a lo Belmonte, o para morir como Joselito, el Rey de los Toreros, en un mano a mano a mano con su sobrino Ignacio Sánchez Mejías, aquel torero de cuando “un niño trajo la blanca sábana a las cinco de la tarde. De cuando una espuerta de cal ya prevenida a las cinco de la tarde. De cuando lo demás era muerte y sólo muerte a las cinco de la tarde. De cuando por las gradas subía Ignacio con toda su muerte a cuestas…”, Federico García Lorca me valga.
Si Pedro Sánchez acaba de decir que "nunca será presidente si depende de los votos de Pablo Iglesias"; está de lleno en el auto descarte de Rita la cantaora. Si no fuera por su historial de vaivenes y bandazos, algunos hasta se lo creerían. Como las hormigas condenadas a ser siempre hormigas, cuando dice que “Iglesias sólo querrá pactar con el PSOE si es Podemos el que supera al Partido Socialista porque no hay nada que Iglesias ame más que a sí mismo", él está mirándose en un espejo y autorretratándose en a lo Narciso en el lago de su ego sin límites.
Cuando piensa en el sorpasso de UnidosPodemos, en su océano llorica suelta tinta emborronada igual que los calamares. Piensa que él y los suyos pueden sobrevivir gracias al agua maloliente y convulsa que se ubica en la corriente. Está hecho un basilisco; no el animal imaginario al que se le atribuye la capacidad de matar con la vista, sino una persona de carácter agridulce y sonrisa cándida.
En el sorprasso del calamar, es la antítesis de Mariano Rajoy, un señor que cuando alguien se lo encuentra comprando churros en “San Ginés”, perdón, quise decir en “San Xenxo”, piensa simplemente que al presidente en funciones le gustan los churros, que no se esconde con tinta de calamar y que muestra un semblante de esperanza.
En la antigua calle segoviana de Fernández Ladreda he preguntado a diez paseantes qué es la esperanza y qué el sorpasso. Todos me han dicho lo que es la esperanza y ninguno lo que es el sorpasso.
Atando cabos, de la esperanza todos decimos lo mismo: que sabemos lo que es pero que la damos por perdida aunque sea el pan de los pobres.
Es un sorpasso de calamar del que ni Rita la cantaora, aquella fémina del auto descarte, sabría interpretar un buen estribillo o añadir un ajustado estrambote.